Desde 2010, cada peldaño de la Escalera va acompañado de una misa en la capilla de San Fermín. La celebración religiosa que ideó el entonces párroco de San Lorenzo se ha convertido en otra cosa, protagonizada por un colectivo que alguien designa. Así, delante del santo han posado pastores, sanitarios, niños y niñas, ediles, policías forales, Osasuna… y, el pasado viernes, el Cuerpo Nacional de Policía. Sin embargo, cuando tantos esperan aún explicaciones y peticiones de perdón por las brutales cargas policiales durante los Sanfermines del 78, la idea no ha gustado a muchos e imponer al santo un capote, menos.

Me da igual que se haga en otros sitios; San Fermín no es una muñeca a la que se le cambia la ropita al gusto y su imagen, que yo sepa, siempre ha ido ataviada con capoticos rojos. ¿A qué viene colocarle un manto azul bordado con ángeles custodios, la bandera rojigualda, los escudos de España y de Navarra y otro, aún más grande y en la espalda, de la Policía Nacional? Propongo que la Guardia Civil pida cita al párroco y, el día de Escalera convenido, done al patrón otro capote –que de ese tipo de prendas verdes sabe lo suyo la Benemérita–. Al mes siguiente, por ejemplo, los del Muthiko pueden regalarle un blusón en azules y blancos, etc. Si jugamos, jugamos todos.