Unwra, la Agencia de Naciones Unidas para la población refugiada de Palestina en Oriente Próximo, ha distribuido el corte de un vídeo que dura siete minutos y cuatro segundos donde se muestran los nombres y la edad de más de 11.500 niños y niñas que han sido asesinados por los bombardeos israelíes. Los nombres de los críos muertos van pasando sobre un fondo negro y su paso en la pantalla recuerda a un goteo, goteo de nombres, goteo de muertos, goteo de sangre y de lágrimas. En siete minutos y cuatro segundos un niño es capaz de volverte loco, de subir y bajar escaleras todo lo que le permita el cuerpo, de no merendar, de dormirse camino de casa en el coche o en el autobús, de echarse unos amiguitos, de mancharse de arriba a abajo con no sé qué, de volver a mancharse, de sonreír, de desarmarte, de cogerte de la mano para soñar con él.

Una emisora de radio recordaba el otro día que la guerra de Ucrania ha cumplido dos años, a la vez que añadía unos cuantos conflictos más que se están dirimiendo en estos momentos en forma de muertes y muertos, desplazados y población sin patria, sin tener un sitio donde ir, que hasta se niega la huida al que está bajo el machete, la pistola, los cañones o cualquier modo de darle forma a la dominación. Algunos de los niños muertos en Gaza quizás preguntaron a sus padres qué era eso de la guerra de por allí, si era como lo suyo, si se trataba también morir de hambre, de estar arrinconado o de ver la vida consumirse.

Los niños muertos, enterrados en fosas minúsculas, desmembrados y sepultados con sus cuerpos entregados a la masa informe del último abrazo de la exterminación nos están susurrando todos los días que esto no funciona y nos miran con los ojos vacíos de comprensión, porque no entienden lo que han montado los mayores y que no se vea por ningún lado ninguna solución. Y esto debería romper el corazón. Siete minutos goteando una lista de muertos es un buen rato.