Es solo una cifra, la de los palestinos que han muerto desde el inicio de la ofensiva del ejército de Israel en Gaza. La mayoría niñas y niños y mujeres. Y la mayoría asesinados. Varios cientos más en Cisjordania. Una fría cifra que ni siquiera es capaz de reflejar el drama inhumano que están sufriendo cientos de miles de personas allí. Tampoco será la cifra real, y en todo caso hoy ya es otra. Solo el jueves fueron asesinadas más de 100 personas por disparos de los militares israelíes cuando esperaban la llegada de camiones con alimentos y ayuda humanitaria. Una masacre llevada a cabo con una absoluta frialdad militar. Como todas las anteriores. Una matanza más de una población sin posibilidad de defensa alguna. Cazados por franco tiradores y fuego de tanques mientras trataban de huir de los disparos. Un crimen atroz. Más de 30.000 palestinos ya muertos y cientos de miles desplazados y edificios y tierras destruidos y arrasadas y nada ha cambiado. Una población abandonada a su suerte que está muriendo por las bombas, los disparos, el hambre y la sed o las enfermedades. Es increíble e imperdonable asumir que esto pueda estar pasando con la más absoluta impunidad. Se abrirá una investigación, se discutirán las causas de lo ocurrido. Y se pondrá en duda todo, incluso el número de fallecidos. Y hasta la próxima. No es una guerra al uso, sino una agresión militar desproporcionada contra una población civil atrapada, asediada y obligada a esperar la muerte sin posibilidad alguna de defensa. A estas alturas, se llamen crímenes de lesa humanidad, masacre, matanza o genocidio los hechos que están viviéndose en tierras palestinas son inhumanos e ilegales. Son hechos que no pueden continuar, que no se pueden dejar impunes y que no prescriben en la historia. Dejarlo pasar y devaluar su gravedad con eufemismos hará que los instrumentos legales y democráticos de protección de los humanos como especie queden definitivamente fuera de uso y la consecuencia final será, cuando no haya remedio y la dimensión del desastre sea inocultable, que este mundo se arrepentirá y se preguntará qué fue de la civilización. Israel disfruta de una patente de corso que oculta bajo el eufemismo de derecho de defensa, pero que se fundamenta únicamente en la prepotencia de la más absoluta deshumanización y la total falta de respeto a sus obligaciones con el derecho internacional y los derechos humanos. Un todo vale asqueroso. 30.000 víctimas ya, la gran mayoría civiles inocentes, y nada indica que la matanza de palestinos vaya a finalizar pronto. Como mucho, cuando las imágenes muestran el horror más insoportable hay voces en Europa y EEUU que elevan su tono de advertencia y crítica a Israel con la boca pequeña y nada más. Ni ruptura de relaciones diplomáticas, ni sanciones económicas. Ni condenas. Mirar para otro lado. Netanyahu sabe que goza de manga ancha para llevar sus planes de exterminio y ocupación de Gaza y Cisjordania hasta el final. No creo que ocurra, pero espero que algún día le veamos –y a los que le jalean en esta crueldad mientras lamen un helado–, ante un tribunal internacional juzgado por crímenes de guerra o por genocidio, y aún así será ya muy tarde para decenas de miles de palestinos. Ya pasó. Fueron seres humanos y dejaron de ser en los campos de exterminio, los trenes de la muerte, las cámaras de gas o el gueto de Varsovia. A la par que sus verdugos.