El significado de la vida es azar y caducidad, dice Lucho medio bostezando. Es un día gris tirando a plomo. Obviamente es lunes. Llueve con tristeza. Y no obstante, ahí estamos Lucho y yo, en la terraza del Torino, como siempre: observando el fluir de los eventos. Nacemos por azar y luego, un buen día, caducamos, dice. Y así es. Todos caducamos un buen día, le digo. Ahora bien, unos caducan antes que otros, Lutxo, viejo gnomo arrogante.

¿Qué clase de justicia es esa, me lo puedes explicar? Difícil. El tema de la justicia es un tema complejo. Estoy convencido de que cualquier persona inteligente con una educación lo suficientemente espantosa y un poquito de ambición e interés por su parte puede llegar a convertirse en un perfecto idiota capaz de cometer las mayores estupideces convencido de estar haciendo lo correcto. Y dice: ¿Acaso no son siempre los mejores los que alcanzan el poder? Y entonces le contesto: Espero que esa sea una pregunta retórica porque, naturalmente, los que alcanzan el poder no son siempre los mejores.

Como tampoco los que ganan las oposiciones a juez son los mejores jueces. Y quien dice jueces, dice obispos o generales. Los experimentos con ratas han demostrado que en la lucha por el poder vale todo. Los experimentos con ratas son muy amenos, además de instructivos, y nos ayudan a conocer determinados mecanismos muy sutiles del alma humana.

Como el instinto de poder, por ejemplo. En definitiva, los experimentos con ratas prácticamente vienen a demostrar que los seres humanos somos ratas un poco sofisticadas y nada más, Lutxo, le digo. Y dice: Pero tenemos leyes. Y es verdad, de acuerdo: tenemos leyes. Somos ratas con aspiraciones elevadas, le digo. Ratas con ínfulas, dice él.