Acilu In Memoriam

Orquesta Sinfónica de Navarra. Borja Quintas, dirección. Programa: Julio Gómez (1886-1973): Preludio de la suite para orquesta. Remacha: Cartel de fiestas. Teresa Catalán: La Victoria vacía. Acilu: Tercera sinfonía (estreno). Museo Universidad de Navarra. 15 de marzo de 2024. Media entrada (16, 18 euros).

El estreno de la sinfonía número 3 de Acilu ha venido convenientemente arropada por toda la buena organización del Mun en torno al acontecimiento: transcripción de la obra a partir del manuscrito; explicaciones y recuerdos sobre el maestro y su música por parte de intérpretes y amigos (Moneo, Teresa Catalán, el titular de la velada Borja Quintas, la Sinfónica de Navarra con alumnos del conservatorio, transmisiones facilitadas por el personal administrativo, etc.) y por un programa muy bien pensado con obras de Julio Gómez, su maestro; Fernando Remacha, su mentor; y Teresa Catalán, alumna suya. Y una muy acertada introducción bachiana, faro indispensable de todo buen compositor.

El preludio de la suite para orquesta de Gómez es una obra de esas que, decimos, “bonita” ya desde la primera escucha, con un tema en violonchelos romántico que eleva a categoría los aires de jota. En Cartel de fiestas, Remacha consigue reconciliarse con lo más popular, sin abandonar su peculiar estilo de composición; o sea la destilación, hasta llegar a la esencia, de de los temas propuestos. Así, el primer número es un magnífico juego orquestal con los temas sanfermineros, explícitos unos, apenas insinuados otros, y elevados a una tímbrica chispeante todos. Borja Quintas lo entiende muy bien, y dirige con alegría y pulso firme; contrastando luego con la devoción y elegancia de la procesión, y la vuelta a la orquestación de la jota, (rozando el tiene laos ojos azules), o el rotundo pobre de mí.

Teresa Catalán (de la que la orquesta Nacional estrenará una obra en junio), nos va acercando al más novedoso mundo sonoro que nos trajo Acilu. La compositora pamplonesa domina la orquestación, aprovecha la “gran forma” y, aún con los sobresaltos de estallidos sobre graves extremos, y las atmósferas un tanto inquietantes de su Victoria vacía, todo se clarifica y se entiende. La obra te tiene en vilo, la percusión es guerrera, y desvanecimiento en matiz piano del final es francamente hermoso: algo triste, claro, cuando la victoria es vacía.

No vamos a descubrir ahora que los estrenos de Acilu son bastante duros de asimilar en sus primeras audiciones. Sobre todo los instrumentales. La música vocal (Libro de los Proverbios, por ejemplo) nos resulta más asequible. Pero lo cierto es que, a estas alturas, y después de escuchar muchos estrenos de todo tipo, el oído se nos ha abierto a lo que solemos llamar música contemporánea. La tercera sinfonía me produce cierta tensión, más por esa meseta continua de sonido un tanto crispado que parece no terminar nunca, que por los choques tonales y de timbre. La obra presenta una atractiva sonoridad, digamos que por familias. Primero las cuatro trompas que parecen chocar entre sí, y que, sin embargo se abren poderosas, para seguir con el metal, las láminas y el piano, con sus incursiones repentinas. El viento-madera está tratado, casi siempre, con cierta estridencia, y la masa de la cuerda, más asequible, nos da cierto reposo. Todo, como digo, en una alta meseta de sonido, de la que apenas bajamos unos instantes en los cortísimos adagios que se dan de vez en cuando, balsámicos y reconstituyentes, por otra parte. En fin, ahí nos tiene Acilu, en vilo a todos. Y, claro, más a los intérpretes, que hicieron un verdadero esfuerzo extra para mantener la tensión, (Marta Cureses titula su libro sobre Acilu: “La estética de la tensión”); y por supuesto al director Borja Quintas, atento a los cambios de compás, y ordenando la diversidad sonora en lo posible. Hay que seguir escuchando a Acilu.