¿A quién llamarías si estuvieses angustiada o asustado en mitad de la noche? No hagamos trampas, se trata de una noche en la que te encuentras en soledad, sin pareja, ni hijos, ni compañeras de piso, en caso de que los tengas. ¿A quién llamarías? Olvídate de si esa persona convive con su pareja y de si ésta padece inseguridad crónica. Elimina a su entorno. Ahora sí. ¿A quién llamarías? A tu mejor amiga del cole. Al alma gemela con quien has mantenido y quieres seguir alimentando las mejores conversaciones de tu vida. A quien sabes que te hará reír y asfixiará el drama o la angustia. A una ex pareja con la que sigues entendiéndote muy bien. Hay personas a las que no se les ocurre nadie. Creo que tienen un problema serio. Lo pienso yo pero, sobre todo, lo radiografía alguien con más peso específico en esta cuestión, Robert Waldinger. Este es un señor de ojos azules, cabello y barba blancos y barriga mediana que además de diseccionar desde la psiquiatría cerebro, emociones, sentimientos, carácter, personalidad…, en fin, toda esa amalgama que en conjunto nunca conseguirá reproducir la IA, sabe un ratillo de felicidad. Ha publicado varias obras e imparte clase en Harvard, localización que siempre reviste de una aureola de sapiencia incontestable a quien se encuentra en su interior. De hecho, ahí nació en 1938 el estudio sobre la felicidad más largo de la historia, el que hoy continúa él. Ha llegado a conclusiones obvias, tener más relaciones cercanas nos hace más felices, y no tanto, carecer de ellas nos enferma, literalmente nos resta años de vida. Las relaciones nos protegen del estrés crónico, el que desequilibra nuestro organismo, el que conseguiremos rebajar después de charlar un rato con ese amigo a las cuatro de la mañana. Asegura Waldinger que quien no tiene a quién llamar nunca recupera el equilibrio, siempre está en lucha, y eso tapona arterias coronarias, provoca inflamaciones y daños en las articulaciones. Está bien tener a quien despertar.