Después de ver lo ocurrido el pasado fin de semana, con motivo de la final de la Copa del Rey que han disputado Real Madrid y Osasuna y que tanto interés deportivo y mediático ha despertado, a uno solo le queda imaginar que pasaría si esto lo extrapolásemos a cualquier otro ámbito de la vida diaria.

La afición rojilla, ávida de conseguir alegrías deportivas, se ha volcado con su equipo y no ha dudado en desplazar hasta Sevilla en torno a 26.000 seguidores para apoyarle en el campo, tiñendo la ciudad hispalense de rojo y con un ambiente presanferminero y de camaradería sin precedentes que se ha mantenido de principio a fin del evento.

No les ha importado la distancia (1800 Km ida y vuelta), ni el tiempo de desplazamiento (unas 18 horas de viaje ida y vuelta), ni el elevado coste económico (viaje, entrada, alojamiento y estancia), ni por supuesto las altas temperaturas.

Lo importante era estar allí con su equipo para no perderse lo que podía ser un acontecimiento histórico. El resultado deseado no se dio, pero equipo y afición estuvieron muy hermanados y de sobresaliente.

Aquí en Navarra, todos se volcaron con el equipo y siguieron el partido acompañados de familiares y/o amigos en sus domicilios particulares, bares y peñas. Además en muchas localidades, el epicentro de la fiesta se llevó a cabo en sus plazas a través de pantallas gigantes instaladas para la ocasión.

Ha quedado pues de manifiesto, que la comunión entre el equipo y la afición ha sido total y el resultado final ha superado con creces todas las previsiones posibles.

Dicho esto, que está muy bien, y que honra a los protagonistas en cuestión, ¿alguien se ha parado a pensar qué pasaría si nuestro nivel de implicación y movilización, ante los temás que nos ocupan y preocupan en nuestro día a día, fuese de semejante calado?.

Temas como los problemas económicos, la emergencia climática, la precariedad del empleo, la pobreza, la desigualdad, la violencia de género, la carencia de asistencia médica adecuada, la educación o la dificultad para acceder a una vivienda digna, son algunos de los problemas que más preocupan a la población, y sin embargo, no se advierten movimientos significativos ni generalizados de solidaridad y compromiso como ocurre en el ámbito deportivo.

El fútbol mueve pasiones difíciles de explicar, pero una vez que el partido se acaba y se apagan las luces, cuando volvemos a la realidad, sin la camiseta y la bufanda que nos empodera, el día a día es el que es, y muchos tienen que hacer malabares para llegar al fin de mes.

Estas manifestaciones deportivas nos deberían servir de lección, y tomar nota para aplicar su mismo espíritu de entusiasmo, lucha y solidaridad en la resolución de nuestros problemas cotidianos. Dejarlo exclusivamente en manos de unos pocos y de nuestra clase política, está claro que no es la mejor solución.

La pregunta es bien sencilla: ¿Estamos por la labor de implicarnos con ese fervor manifiesto, poniendo en ello el alma, corazón y vida para ir todos y todas a una? Tengo claro, que como dice José Mota: “Que yo sé que no, pero… ¿y si sí…?”. Otro gallo cantaría si nos pusiéramos la pilas en lo verdaderamente importante.

El autor es profesor jubilado.