Está en boga en estos tiempos rechazar la existencia de fenómenos avalados por evidencias y/o respaldados por la comunidad científica. Parece ser que adscribirse a esta actitud hace sentirse a uno libre e independiente, dando la imagen de tener criterio propio y estar poco condicionado por la información que recibe desde los diferentes agentes de comunicación. Es cierto que la ciencia no es infalible, de hecho, esta característica le permite crecer y generar conocimiento.

También lo es que el conocimiento alcanzado se desarrolla sobre el sustrato de rigurosa investigación con metodologías contrastadas. Sin embargo, son muchos los que, para evadirse de una verdad incómoda y poco acorde a sus pretensiones, se empeñan en obviar la evidencia y corromper la realidad con bulos. El hecho no pasaría de anécdota si esta disposición quedara acotada a grupos sociales irrelevantes en cuanto a su capacidad de influencia en el resto, y alejados de cualquier grado de responsabilidad en relación a la gestión de lo público y representación de instituciones públicas. La cuestión es que esta tendencia a construir una realidad a la carta, en función de intereses particulares, se está instalando en posiciones de poder relevantes y no vamos a tardar en comprobar y padecer sus consecuencias.