Llevo cerca de veinte años trabajando en una escuela infantil, mi escuela, nuestra escuela, porque así es como la sentimos. Todos los días vengo llena de ilusión y cariño a trabajar. Por la puerta entra Enea, en los brazos de su querida amatxo (en diciembre cumplirá 2 añitos), tiene pereza, está llorando y dice que no se quiere quedar, se abraza fuerte a su ama y llora, llora mucho…. Su amatxo, dentro de todo su dolor y malestar, nos cuenta que ayer no pudieron estar con su hija, el aita y la ama trabajaban de tarde, por ello Enea tuvo que pasar la tarde con los abuelos. Tras un largo rato Enea por fin se echa a mis brazos, la abrazo, le doy tiempo para que pueda sacar sus emociones y pueda quedarse más tranquila…

En nuestra zona l@s niñ@s que van a la escuela grande lo hacen en autobús, y yo me pregunto, ¿de verdad que una niña que todavía no ha cumplido los dos años se va a subir a ese autobús? Ese autobús que mirado desde su punto de vista es una bestia, rodeada de niños y niñas de hasta dieciséis años… ¿Quién le va a contar a su maestra porqué hoy no tiene un buen día? ¿Quién le va a poder entender en su dolor y su malestar? Se va a subir al autobús a las 8.40 horas y va a volver a casa a las 16.10 horas.

¿Nos decís de verdad que ése es un buen espacio para niños y niñas de estas edades? En nuestra escuela infantil somos una pequeña familia, todas conocemos a todas las familias y l@s niñ@s y lo sabemos casi todo de ell@s. ¿Pasará lo mismo en la escuela grande? Sobre todo, porque el contacto que nosotras tenemos a diario con las amas y los aitas desaparecerá…