No hay semana en que no aparezcan en las páginas de sucesos. Agresiones sexuales de toda índole y gravedad, robos, asaltos con cuchillo, palizas a viandantes que les planta cara, etcétera. El aumento de su presencia en nuestras calles, de un tiempo a esta parte, conlleva desgraciadamente un aumento exponencial de las estadísticas de sucesos, que no se corresponde (es notablemente mayor) al porcentaje de su presencia en nuestra comunidad. No puedo decir su origen habitual, por no señalar que dicen las buenas gentes, aunque son ellos (en masculino) los que se autoseñalan con sus reiterados actos.

El año pasado empezó y terminó con varias agresiones sexuales, dos de ellas a menores, una de 13 años, protagonizadas por unos malnacidos de ese origen geográfico, a unos 15 kilómetros de nuestra frontera. Uno de ellos estaba tutelado por el Gobierno de Navarra, para más escarnio. La excusa de ser pobres o de otra cultura no me vale. Todo el mundo sabe que hay cosas que no se deben hacer. Menos aún cuando nuestro país vecino, el más cercano de los dos, de donde vienen la mayoría de ellos, lleva gastado en armamento decenas de miles de millones de dólares (léanlo otra vez) en los últimos quince años. Por qué hacernos cargo de una gente cuyo gobierno los desatiende, cuando no atendemos a nuestra propia juventud, a nuestros ancianos, y la sociedad en general se va yendo al carajo en todos los sentidos.