El pasado 1 de octubre fue un día de celebración. Se celebró el Día Internacional de las Personas Mayores que, entre otras cosas, pretende dar visibilidad a un sector de la población creciente en número e influencia y reivindicar sus derechos.

En una sociedad en la que una de cada 5 personas es mayor, no resulta fácil encontrar un entorno en el que la persona mayor no esté presente. Esa presencia ha de ir de la mano del reconocimiento y disfrute de unos derechos compartidos con el resto de la población.

El progresivo aumento de la esperanza de vida se constata desde hace décadas en los gráficos. La longevidad es un gran logro social, no lo olvidemos, que responde a múltiples coyunturas, no sólo sociosanitarias sino también políticas. Sin lugar a dudas es necesaria la paz. Sólo así se propicia el desarrollo de un estado de bienestar que, junto con el desarrollo de medidas higiénicas y sanitarias como los antibióticos y las vacunas, propician el control de enfermedades.

A ello se suma un buen estado nutricional basado en el consumo de buenos y diversos alimentos, junto con el desarrollo de sistemas energéticos que aportan confort en los hogares y lugares de trabajo. Además, los estudios epidemiológicos han evidenciado los factores de riesgo vascular sobre los que actuar como prevención primaria, es decir antes de que aparezca la enfermedad.

Estas y otras medidas sólo son parte del desarrollo de los últimos 50-60 años, cuando la caída de la mortalidad infantil dará origen a la conocida generación del baby-boom, cuyos padres son las personas mayores de hoy. Esa trasformación epidemiológica y demográfica ha dado paso a un novedoso escenario: nunca antes tantas personas habían vivido tanto.

A la par, como sociedad, estamos desarrollando respuestas a las diferentes situaciones de las personas mayores, en muchas ocasiones tardías. Parte de estas respuestas pasan, en primer lugar, por el respeto a las personas y la ausencia del edadismo. Otras pasan por la investigación en las múltiples áreas que intervienen en el bienestar de las personas mayores, sin olvidar el aumento en las inversiones y el reconocimiento del conjunto de profesionales que se dedican al cuidado y atención del mayor.

Como grupo etario extremo, es heterogéneo en su composición. La vivencia de la vejez es diversa y amplia, aunque tiende a asociarse a multitud de problemas reales. Se asocia con enfermedad, dependencia, soledad, pobreza, pérdidas múltiples como la belleza corporal o la de seres queridos.

Fuera de connotaciones negativas resulta interesante constatar que las personas mayores son partícipes de sus decisiones, proactivas por su autonomía y con sentido de responsabilidad social cuidando de su propia salud, asumiendo estilos de vida saludables y, de esta forma, retrasando la aparición de la enfermedad y, por ende, de la dependencia.

Sin lugar a dudas, la dependencia en la persona mayor es una realidad. Aprender a cuidar es una necesidad tanto para quien cuida de forma profesional como para quien lo hace por otras razones (familiares, voluntariado, etcétera). Esta labor relegada históricamente a las mujeres debe evolucionar. No en vano cuidar es hermoso y a la par duro, sobre todo si no hay reconocimiento social ni retribución económica. Cuidar bien requiere de unas competencias que deben adquirirse. Las mujeres que hoy son mayores han cuidado en casa a sus mayores y no será la primera de ellas que decide ir a vivir a una residencia porque no quiere ser una carga para sus familiares por la dura experiencia vivida.

Desarrollar un sistema de cuidados sólido y seguro que garantice una correcta atención cuando se requiera sigue siendo una tarea pendiente. Son necesarios cuidados coordinados, integrados, continuos y centrados en la persona. Dignificar la labor de los espacios sociosanitarios y visibilizar su actividad sin generalizar las carencias es otra tarea pendiente. Cuidar también es acompañar, escuchar, ayudar a ocupar el tiempo libre, etcétera, labores que con gran generosidad ejercen familiares, amistades y voluntariado.

Nuevo escenario, nuevos retos, nuevas respuestas. Así surgen en los entornos de las propias personas mayores el desarrollo de las viviendas colaborativas o cohousing. Se presentan como alternativa al cuidado clásico, como modelo de convivencia, con larga experiencia en otros países de nuestro entorno. También aparecen otras formas de participación activa siempre que se cuenta con las personas mayores y se constata su capacidad de adaptación y resiliencia a diferentes situaciones. La intensa digitalización reciente de la sociedad no ha de desplazar ni ocultar a las personas mayores, porque el analfabetismo digital sólo es cuestión de tiempo que se reduzca o desaparezca.

Inmersos en este escenario único, las personas mayores contribuyen e incentivan su economía. No en vano ha surgido la Silver economy, basada en el poder adquisitivo de las personas mayores y considerada como la economía del futuro.

La sociedad en sus múltiples ámbitos debe estar atenta a todas las oportunidades que crean las personas mayores. Sólo así podremos mantener la idea del gran logro social alcanzado en el último medio siglo.

La autora es presidenta de la Sociedad Navarra de Geriatría y Gerontología