El 30 de noviembre es el día que visibiliza los trastornos de la conducta alimentaria (TCA). Una enfermedad tan común como desconocida. Es por esto que quizás aún recibe demasiada estigmatización y desconocimiento por parte de la sociedad, por lo que sería interesante repensar nuestra mirada. En los últimos años, ha habido un incremento de personas afectadas, cada vez a edades más tempranas, siendo la franja más común de su diagnóstico en mujeres de 12 a 25 años. Sin embargo, es un problema que afecta a todo tipo de identidades de género, cuerpos, edades, razas o clase social, siendo necesario abrir el ratio de necesidad. Siendo así, es complicado tener acceso a datos exactos de su alcance, por desconocimiento, no aceptación por su vergüenza o dificultad de acceso a un tratamiento, que la mayoría de veces no existe o no puede costearse. Me gustaría recordar, que, pese a todo esto, es la enfermedad mental con mayor tasa de mortalidad. La gente se muere por esto; repito, se muere. Es un camino hacia la autodestrucción en el que la sociedad tiene su papel protagonista.

En primer lugar, me parece importante incidir en que se trata de una enfermedad mental. Es decir, una enfermedad que tiene bastante que ver con la cabeza. A pesar de que no podemos hablar de los TCA sin hablar del cuerpo, ya que se caracterizan por fijar la atención en el peso, la figura corporal y la comida, lo que causa conductas alimentarias peligrosas. Tal es importante, que lejos de la realidad, creemos que hay que tener poco peso para tener un TCA y que la subida de éste significa la recuperación. Son comunes los mensajes del tipo “te veo mejor” por subir de peso o “no estás tan mal” por tener un peso normativo. Al mismo tiempo que, la oculta gordofobia que nos atraviesa, nos lleva a opinar y sobre todo a juzgar en base al cuerpo que vemos, confundiéndolo con estado de salud. Un grave error que lleva a atrasar su diagnóstico y a ofrecer tratamientos centrados en el peso, que parchean, pero no curan.

Creo que es momento de dejar de hacernos los/las sorprendidos/as o responsabilizar a quién lo sufre. Resulta que el resto aceptamos nuestro cuerpo, no lo queremos cambiar de manera constante ni juzgamos el del resto, ¿verdad? No es casualidad que surjan este tipo de afecciones, cuando vivimos en un mundo donde el control del cuerpo es sinónimo de éxito. Hoy en día numerosas webs y perfiles en redes sociales contribuyen a que aprendamos como poder llevar a cabo conductas para conseguir alcanzar los estándares de belleza. Éstos, así mismo, reñidos con la salud física, emocional y mental. Reflexionemos sobre los mensajes que recibimos cada día sobre nuestro cuerpo, todos orientados hacia la insatisfacción y el cambio: “consigue tu cuerpo ideal”, “este verano luce tu biquini”, “estás Navidades no te pases con el turrón”, “si te pasas comiendo, quémalo” o “¡te está saliendo tripa!”. Mencionar las dietas restrictivas muy de moda con objetivos físicos, que el fin de semana permiten una comida libre, o atracón, que viene a ser lo mismo. Así como el ayuno intermitente, tan de moda y al alcance de todas las personas. Es más, ¿qué mensajes lanzamos o pensamos sobre el cuerpo de los demás? La mayoría de veces confundimos salud con peso, lejos de recibir unas pautas adecuadas de autocuidado desde escuchar las necesidades que nos pide el mismo cuerpo. Cada cuerpo es un mundo, nuestro mundo. Pero una vez más, no nos escuchamos y vivimos orientando nuestras metas al exterior buscando ese reconocimiento social, convertido en personal.

En segundo lugar, hay que tener en cuenta, su alta comorbilidad con la depresión o los traumas infantiles, además de una larga lista de secuelas fisiológicas: problemas de corazón, de riñón, circulatorios, digestivos, óseos, etc. Problemas de salud que se pasan por alto, pudiendo escuchar de los/las profesionales frases del tipo “eres joven y flaca/o: estás sana/o”. No obstante, la gravedad no la marca el peso, ya que detrás pueden haber muchos más problemas. Es por esto que su tratamiento está en constante revisión, a veces desde la atención psicológica, otras desde la atención corporal y sobre todo pesocentrista, sin acertar aún del todo. De hecho, en Navarra no existen centros públicos para la atención especializada que requieren, habiéndose cerrado la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria (UTCA) recientemente, por falta de destinación de fondos. Ni que decir de los tratamientos privados, a los cuales únicamente puede acceder una pequeña parte de la población. Me gustaría reivindicar la necesidad urgente de atención especializada, dado el constante aumento del problema.

De esta forma, mientras se navega en una autodestrucción que arrasa con la propia vida de la persona afectada y se lleva por delante la de la familia, se sigue responsabilizando a quién sufre la enfermedad. Siendo de un enorme valor lidiar con ella, con la falta de recursos disponibles, así como un reto permanecer al lado. Quiero hacer mención especial a las familias, invisibilizadas y señaladas mediante la culpa la mayoría de las veces, sobre todo las madres. ¿Acaso tú lo hubieras hecho mejor? No es nada fácil estar ahí.

El cuerpo se ha convertido en un negocio. Lo es en el caso de las mujeres, reduciendo nuestra valoración al cuerpo que habitamos, y lo ha empezado a ser también en los hombres. Llegar a un canon imposible de alcanzar nos entretiene en una frustración constante que al mismo tiempo satisfacemos con placeres inmediatos. Y vuelta a empezar. Lejos de intentar favorecer la aceptación de los cuerpos, se nos alimenta de manera voraz un rechazo constante al cuerpo. ¿Qué ves tú cuando te miras al espejo? ¿Qué te dices a ti misma/o sobre tu cuerpo? Éste es un caldo de cultivo social y una base que sustenta la creación de los TCA, y por tanto requiere de completa responsabilidad social. De nuestra responsabilidad. Empezando por la relación con nuestros propios cuerpos y el respeto hacia el de los demás, hasta una atención y tratamiento dignos y su acceso a todas las personas. Ya que la mayor aliada de la recuperación, es la autocompasión. La creación de redes de apoyo en ambientes sanos y no juiciosos, para su recuperación en positivo. Personalmente, creo que nos queda mucho camino por andar o desandar como sociedad. Principalmente a nivel individual, empezando a caminar hacia nuestro propio cuerpo:

“Y le dije a mi cuerpo, con suavidad: quiero ser tu amiga/o. Respiró hondo y contestó: llevo toda mi vida esperando esto.” (Sonya Renee Taylor).