Nos quedan dos pulmones verdes en el 2º Ensanche, un barrio no sobrado precisamente de refugios climáticos: el situado en la plaza de la Libertad y su prolongación hacia el último tramo de la avda. de Carlos III, y el de la plaza de la Cruz y las aledañas calles San Fermín y Sangüesa, únicas calles del barrio con arbolado de buen porte en sus aceras.

La alcaldesa de la ciudad (licenciada en Medicina, por cierto) ha decidido tomar el testigo que a la carrera le pasó el anterior alcalde y seguir adelante con la extirpación de los alvéolos (léase árboles) de la calle Sangüesa dando prioridad a un fin superior como es la demanda que hace 15 años (en 2008) realizó un grupo de vecin@s del barrio para construir un aparcamiento subterráneo en otro lugar (avenida de Galicia) que, por cierto, no afectaba al susodicho pulmón.

Tengo por cierto que la nueva alcaldesa en su ya mentada condición de licenciada (o, tal vez doctora) en Medicina, habrá analizado los pros y los contras de una eventual merma de la capacidad respiratoria del lugar para hacer frente con garantías a lo que se nos ha venido encima: temperaturas disparadas con el agravante añadido del efecto isla de calor.

Cierto que esta intervención quirúrgica supondrá pequeñas molestias para el barrio y sus habitantes: apenas unos dos años (previsión de 22 meses de obras) con tres veranos a contar desde el actual. Pero de esta operación, como de cualquier otra, se sale tras unas sesiones de rehabilitación (¿no es así doctora?). Claro está que hay que ser constante en el esfuerzo, pero es seguro que en 20 años se podrá salir de cualquier portal de la calle Sangüesa con la tranquilidad de encontrar cada 7 metros una sombrilla reparadora en forma de arbolito…vamos, como las que tenemos en la plaza del Castillo más o menos.

Se podría objetar que tratándose de un barrio con población relativamente envejecida el proceso de rehabilitación (ahora creo que lo llaman renaturalización) puede prolongarse algo más de lo deseado; y podría argüirse también que en la calle los días soleados habría algún gradillo de más (10 o 12 a lo sumo) por faltar la sombra de los achacosos árboles actuales. Pero como han demostrado esos antisistema que protestan por todo, con un buen paraguas, ¡asunto solucionado!

Si como dice el tango “veinte años no es nada”, hay que ser picajoso para quejarse por dos cochinos años de obras. Algo de polvo habrá y un poquillo de ruido, algo inevitable si queremos mejorar la zona ¿no? Además, gracias a la pandemia hemos descubierto que las mascarillas, contra el polvo y la contaminación atmosférica vienen que ni pintadas. Y lo del ruido, en una ciudad habituada a cohetes, chupinazos y jolgorio callejero (por no hablar de las campanas de la iglesia de San Miguel) no es que sea como para tener que ponerse tapones en las orejas, ¿eh?

Ya sabemos que nunca llueve a gusto de todos, y que cambios urbanísticos para mejorar las condiciones de vida de la gente a veces son mal acogidos en primera instancia por temores infundados. ¿Que los portales y comercios de la calle Sangüesa dispondrán de un pasadizo de a lo sumo 1,70 m? Todos pasamos por el quicio de una puerta y no tiene ni la mitad de esa anchura. Y si alguien tiene que valerse de una silla de ruedas, los diseños actuales permiten maniobrar en poquísimo espacio. Nada, pues, qué temer.

También hay algún que otro mozalbete del instituto que se queja de que tendrán que desplazarse intermitentemente entre el colegio Paderborn (en la avda. de Zaragoza) y el propio instituto para completar su formación. ¡Tampoco es para tanto! Además, tratándose de adolescentes, ¡qué mejor que un paseíllo diario entre ambos centros para combatir el sedentarismo y la obesidad que tanto les afecta en la actualidad!

No se entiende, en suma, tanta reticencia a un proyecto beneficioso para la mejora de la movilidad (en coche), para los constructores de aparcamientos subterráneos y … para alguien más, seguro, aunque ahora no me venga a la cabeza. Y todo ello, eso sí, consensuado entre la alcaldesa por una parte, y la doctora Ibarrola, experta en enfermedades respiratorias (¿o lo es de cuidados paliativos?) por la otra. Ahora bien, aun dando por hecho que estamos en buenas manos, ante una cirugía tan comprometida apelamos a su prudencia antes de la primera incisión. Piensen que si la operación no resultara exitosa, se condenaría al paciente (vecindario) a sobrevivir con respiración asistida por el resto de sus días.

El autor es vecino del II Ensanche