El debate de la asociación Solasbide-Pax Romana durante este curso nos lleva a cuestionarnos cómo podemos trabajar por la paz, tan amenazada en el mundo actual. Nos planteamos que, sin estar paz con uno mismo, es imposible llevarse bien con el mundo exterior. Esta paz interior ha de ser una aceptación activa, dispuesta para el cambio, para crecer como persona, para madurar, para aprender, para estar abierto a los demás, para sembrar la paz hacia afuera.

Estar en paz consigo mismo implica tener conciencia de las propias limitaciones, pero estar dispuesto a tratar de superarlas; ser autocrítico, analizar los propios defectos y fracasos; pedir perdón siempre que sea necesario, pero sin autoflagelarse ni hundirse en el remordimiento; ser capaces de perdonarnos a nosotros mismos; buscar el equilibrio entre la autoexigencia y el perfeccionismo y la soberbia o la autoindulgencia; aceptar las críticas de los demás sin miedo, con disposición de escucha y, en su caso, responderlas con amor; no conformarnos con cumplir las normas sino practicar la bondad. La paz no implica ausencia de conflictos, con uno mismo y con los demás, pero sí tener bien presente qué es lo que nos da sentido, qué objetivos perseguimos, qué valores queremos practicar. Estar en paz se aprende a través de la propia experiencia y del ejemplo de quienes nos rodean. La paz es una tarea constante, una actitud, un proceso.

La paz no es únicamente no agresión, ausencia de guerra, y sólo puede ser fruto del amor a todos los seres humanos –solidaridad cósmica, en expresión de Leonardo Boff–, por muy difícil que sea respetar y amar a todos; el amor a Dios y al prójimo son inseparables. Exige actitud de respeto, de escucha, de comprensión de las razones de los otros y de apertura al perdón de las ofensas.

La paz también va de la mano de la justicia. No hay paz sin justicia y equidad. No puede haber paz con las sangrantes y crecientes desigualdades económicas de nuestro tiempo. Vivimos en una sociedad no solo competitiva sino incluso muy agresiva, con uso habitual de un lenguaje bélico, autoritario y poco respetuoso, especialmente en los medios de comunicación y las redes sociales. Cada persona ha de empeñarse en cultivar una actitud de paz, justicia y generosidad, empezando por la forma habitual de relacionarse con las personas de su entorno inmediato, sabiendo que es difícil y que exige un esfuerzo importante, pero con espíritu de esperanza. La paz se construye cada día y en cada relación, exige acercarse a los demás con espíritu fraterno, que cada uno de nosotros sea un pacificador en su ámbito, empezando por las pequeñas cosas.

La paz también exige voluntad real de convivir. Muchas guerras, del presente y del pasado, tienen como causa la negativa a convivir con quienes son distintos en religión, en ideología, en lengua, en raza. Prevalece el sentimiento de tribu, contra el que hay que sembrar el espíritu de convivencia y no solo de conllevancia. El mensaje pacifista de no violencia no es suficiente si no se trabajan las condiciones de la convivencia y, entre ellas, muy fundamentalmente la justicia y el respeto de todos los derechos humanos.

Hoy existe mucha tensión, sobre todo en el espacio público, nacional o internacional, los debates son muy crispados y se está abandonando el valor de la paz. La convivencia es un logro humano complicado que exige esfuerzo, construir una sociedad es fruto de la reflexión y de la decisión de seres humanos libres y racionales que se dotan de instrumentos, de instituciones y de normas que la hagan viable. Va más allá de la existencia de una comunidad espontánea y próxima de personas ligadas por lazos afectivos, cultura, creencias y valores. Los fenómenos de los últimos siglos hacen complicada la construcción de la sociedad política y socavan las comunidades preexistentes; la competencia por la ocupación del espacio y el acceso a los recursos naturales, la globalización del capital, la competitividad extrema, la cultura del individualismo más egoísta, las desigualdades, las migraciones, hacen difícil vivir en paz y armonía. Los esfuerzos para avanzar en un orden mundial presidido por las ideas de convivencia y negociación no solo no tienen éxito, sino que parecen estar replegándose ante hechos como las guerras en Ucrania o en Gaza. Se invierte más en armas que en diálogo.

Ante este panorama hemos de cuestionarnos si hemos hecho lo suficiente, si hacemos lo suficiente por sembrar la paz y la convivencia, cada uno según sus posibilidades y limitaciones, si no podemos hacer algo más. Si no nos hemos instalado, desde el Occidente próspero y lejano a los frentes de guerra, en una excesiva comodidad en los valores materiales y en los intereses económicos a corto plazo, sin querer tener los ojos abiertos a otras situaciones. La confusión y la desinformación que siembran los medios de comunicación, que suelen mostrar un sesgo parcial e interesado, desincentiva la movilización. Aunque hay muchas personas y grupos trabajando por la paz, su voz apenas se escucha, no siempre tienen el apoyo que necesitan.

Como cristianos, nos preocupa en particular que el déficit de movilización por la paz, la justicia y la convivencia también está presente dentro de la Iglesia. Predica la paz, que es uno de los núcleos esenciales del Evangelio, pero no siempre la practica en su propio seno, a menudo hay exceso de sectarismo, recelos y competencia por el poder. La imprescindible sinodalidad que hoy se impulsa todavía encuentra mucha resistencia. Todavía no se confía en el pueblo de Dios, en la responsabilidad y participación de todos los fieles en una Iglesia menos piramidal y menos clerical. Hemos de redoblar los esfuerzos para trabajar en común en favor de la paz y la convivencia, dentro y fuera del ámbito eclesial.

Firman este artículo: Jesús Ariño, Pilar Beorlegui, Mertxe Berasategui, Jesús Bodegas, Camino Bueno, Guillermo Mújica, Miguel Izu, Fco. Javier Lasheras, Vicente Madoz, Ignacio Sánchez de la Yncera, Josep Mª Valls y Lucio Zorrilla En nombre de Solasbide