Un zapatero de Estella

Aniceto Petit nació en Estella el 17 de abril de 1863, cuarto de los seis hijos habidos entre el estellés Miguel María Petit Urman y una moza de Bargota, llamada Simona Mendaza Lacalle. Desconocemos los detalles de su infancia, aunque estarían marcados por la guerra carlista de 1872-1876. Sí sabemos que se estableció como zapatero, y que el 2 de enero de 1887, a los 24 años, se casó en Los Arcos con una joven, tres años mayor que él, llamada Cesárea Alejandra Allo Alegría. No tuvieron hijos, probablemente por la temprana muerte de ella, y dos años después, en 1889, se casa con una chica de la cercana localidad de Mues, llamada María Juana Echávarri Zurbano, diez años mayor que él. Será con ella con quien Aniceto tendrá a sus tres hijos, Aquilina (1890), José (1892) y Mariano (1894).

En 1897 se trasladan a Pamplona con intención de abrir una zapatería, fijando su domicilio en el nº 4 de la calle de San Gregorio. Parece que Petit intentó asentarse abriendo sucesivamente varios talleres de zapatero, en San Gregorio 31 y en Calderería 12, pero no tuvo mucha suerte, e incluso circula una tradición que asegura que el primer par de zapatos que fabricó se lo robaron. Trabajó también como portero del colegio de Santo Tomás de Aquino, sito en la calle Calderería, para terminar solicitando la plaza de perrero municipal, que consiguió según consta en el acta del Pleno del Ayuntamiento del 9 de diciembre de 1909. No parece que fuera este un trabajo muy bien remunerado, puesto que entre 1909 y 1913 son continuas las solicitudes presentadas para que le aumentaran el sueldo. Y en septiembre de 1909, según un periódico de la época, “La Tradición Navarra”, Aniceto solicita al Ayuntamiento que le concedan como vivienda “la habitación que ocupó el difunto Miguel Iribarren en la antigua fábrica de gas”. Es posible que no se la concedieran, ya que en diciembre de aquel mismo año se muda al cuarto piso del nº 29 de la calle San Nicolás.

El terror de los perros

La mentalidad y la sensibilidad en la Pamplona de 1900 distaba mucho de los usos actuales, también en lo que al cuidado de los animales se refiere. Abundaban los perros vagabundos, que sobrevivían como podían por las calles, abandonados y acosados por niños y mayores. Todavía recuerdo haber visto, en la década de 1970, vagando por los caminos y solares del viejo Iturrama, grupos de cinco a siete perros, grandes, pequeños y de todos los colores, unidos entre sí tan solo por el vínculo del desamparo. Aquellos chuchos infelices podían además transmitir parásitos y enfermedades, por lo que existía una normativa específica contra ellos. La Ordenanza Municipal vigente en la Iruñea de principios de siglo dictaba que cuantos perros se localizaran sueltos serían atrapados, y que serían sacrificados si no eran reclamados en el breve plazo de cuatro días. Así de simple y así de terrible. Y es ahí donde entraba en juego el perrero municipal, que con un lazo capturaba canes para conducirlos a dependencias municipales. Aniceto fue lacero entre 1909 y 1929, y en aquellos años la perrera estuvo ubicada donde la actual plaza de Santa Ana, y posteriormente en la antigua fábrica de gas, junto a los célebres corralillos. Tenemos constancia de que Petit fue mordido en el brazo por un perro en 1918, por lo que hubo de ser enviado a Zaragoza para recibir tratamiento, aunque la batalla la ganaba él casi siempre. La prensa del 2 de octubre de 1910 daba cuenta, por ejemplo, del sacrificio de 9 perros vagabundos a manos del lacero, y no es de extrañar que la gente comentara que no había en Pamplona chucho que no huyera despavorido en cuanto veía aparecer a Petit. Ello nos cuadra con cierta anécdota, recogida por Andrés Briñol Echarren, en el sentido de que Petit opositó, sin éxito, a la plaza de verdugo en Burgos. Si se apañaba con el lazo... ¡también podría hacerlo con el garrote vil...! Por supuesto, no todos los pamploneses veían con buenos ojos las tendencias profesionales de Petit, y en cierta ocasión unos jóvenes le gastaron una broma sonada. Habiéndose depositado unas tuberías bajo su casa, los jóvenes se metieron dentro, para gritar luego, imitando voces de ultratumba:

¡Ay Petit, Petit, Petit, somos las ánimas del Purgatorio!

¡Ay Petit, Petit, Petit, qué pronto vas a morir… !

Nombramiento de Petit como lacero municipal (9-12-1929).

Un retrato muy crudo

De aquellos años data un retrato de Petit, realizado por el pintor Julio Briñol Maiz. Representa al lacero como un tipo bajo y con una descomunal barriga. Su cabeza es grandota y redonda, y va munida por dos grandes orejas, una generosa papada y dos mofletes prominentes, que casi ocultan la nariz, chata y redondeada. Viste de oscuro, con gorra de plato, botas y un reloj de cadena coronando la panza, y lleva en su mano un bastón hueco, que servía para acercar el lazo al cuello del perro sin arriesgar la mano. Un can aparece tranquilamente tumbado a su lado, desconocedor del futuro que le espera. Como es de suponer, el perfil retratado por Briñol se corresponde con el de una persona aficionada a la comida y la bebida, y es que la imagen más extendida de Petit lo sitúa de bar en bar, con un puro que solo apartaba del morro para ingerir dosis generosas de morapio. El mismo año 1919 en que Briñol pintaba este retrato vivaz murió su mujer María Juana Echávarri, después de 30 años de matrimonio y víctima de un cáncer intestinal. El incombustible Aniceto, no obstante, casará de nuevo dos años después, con una moza de Lorca llamada Casilda Berlanga Azcona, que contaba 28 años y que era 30 años más joven que él. Cuenta Briñol que, con tal motivo, Aniceto y Casilda fingieron un viaje de bodas por todo lo alto a San Sebastián. Cogieron el Plazaola en la avenida de Zaragoza, pero se bajaron en la Rochapea, para volver subrepticiamente a casa, donde permanecieron escondidos y sin salir durante ocho días.

Concejal en ciernes

Las peculiaridades de Aniceto, su trabajo, sus costumbres y su carácter hicieron de él un personaje muy popular en Pamplona. Y su afición a exponer sus ideas, debidamente apoyado sobre la barra de un bar, provocó que los habituales de las tabernas le animaran, entre chanzas, a presentarse a las elecciones municipales de noviembre de 1915. El lacero municipal elaboró un programa electoral cuajado de propuestas hilarantes, que él se tomaba muy en serio. Para aliviar el paro, propuso explanar el monte Ezkaba a pico y pala, para convertirlo en una llanura y aprovechar la piedra en otras obras. E ideó traer a Pamplona un brazo de mar, que habría de llegar hasta la Rochapea mediante un gigantesco canal, con lo cual llegaría pescado fresco a la ciudad. Entusiasmados, sus contertulios de taberna pasearon a Petit a hombros por las calles, entre grandes muestras de gozo. De la seriedad con que el lacero se tomaba esta candidatura da cuenta una instancia municipal del día 13 de noviembre de 1915, en la que Petit solicita un local para celebrar un mitin electoral. El Ayuntamiento, poco dado a humoradas, rechazó la solicitud, y la candidatura de Petit fue desestimada.

Los últimos años

Pasadas las fiebres concejiles, los últimos años de Aniceto transcurrieron de forma plácida, en compañía de su joven mujer Casilda Berlanga, en su domicilio de la calle San Nicolás y con su trabajo de lacero municipal. Falleció el 19 de mayo de 1929, cuando contaba 66 años, y víctima al parecer de una bonconeumonía derivada de su afición a los puros. Pasado casi un siglo de su muerte, la ciudad en que Petit vivió y murió no ha olvidado a su perrero. El retrato que le pintó Julio Briñol preside hoy una de las dependencias municipales, y uno de los cabezudos del barrio de la Rochapea lleva su efigie. En consecuencia, en aquellas mismas calles en las que Aniceto corría tras los perros con su lazo, hoy en día su doble persigue a niños y niñas, verga en mano. Más aún, hace no muchos años un pamplonés le compuso una genial habanera, glosando el genio y la figura del lacero municipal. Su estribillo, pegadizo en grado sumo, recuerda su más célebre propuesta electoral, la de traer el mar a la Rochapea, con estas palabras:

“Qué bonito el rompeolas del puente de Curtidores, por donde llegan las olas,

donde cogemos almejas, percebes y mejillones…”