n medio de la bruma, la soflama bíblica. Pedro Sánchez ha pedido a sus apóstoles del grupo parlamentario que salgan cuanto antes a la calle y expliquen sin desmayo las bondades del palmario compromiso social de su Gobierno. Id y predicad. Que acallen, o al menos lo procuren, el ruido ensordecedor sobre la endiablada encrucijada que atenaza al PSOE: debilitado en el Congreso, asustado ante el fatídico desenlace que se prevé en Andalucía, hastiado de que la creciente disidencia de su socio marchite un día y el siguiente los momentos de gloria y descorazonado por la división impenitente a su izquierda. La incongruencia del Pegasus, el delirio del CNI o la pelea interminable sobre la OTAN y el gasto en armamento se llevan por delante mediáticamente la histórica caída del paro por debajo de los 3 millones al margen del debate sobre fijos discontinuos, la ampliación de las medidas económicas por la guerra, la subida de las pensiones o el escudo de los ERTE. Y por si faltara algo para aguijonear en la desesperación del presidente, ahí está Feijóo recordando a Europa que España es de fiar, pero quienes ahora mandan, no. Eso sí, el líder popular todavía se sigue recuperando del demoledor zasca de la vicepresidenta de Trabajo sobre los tipos de contratos.

Ocurre que cuatro años después de aquella moción de censura, del bolso sobre el escaño vacío de Soraya Sáenz de Santamaría y de la tertulia etílica del destronado Rajoy, las costuras de la primera coalición gobernante se deshilachan. Cualquier parecido con aquella realidad es pura ficción. Solo permanecen invariables las insultantes ganas de permanente revancha de la derecha, un deplorable histerismo en el ambiente y esa tediosa inestabilidad política que, quizá, ha venido para quedarse en la vida parlamentaria. Nadie se asombra, y menos en la Corte madrileña que todo lo contamina, de que se hable con fluidez entre mesas, manteles y conciliábulos de la proximidad de un fin de ciclo. Eso sí, los agoreros del declive socialista deberán esperar todavía más de un año, aunque no se podrán resistir a tocar la trompeta del aviso una vez que Juanma Moreno vapulee a la izquierda.

Así las cosas, en la hora del balance, Sánchez se desespera. Enrabietado, pareciera que ha perdido el aura. A su alrededor, la sensación aún es peor: empieza a cuajar la angustia de que ya no es creíble, de que se ha quedado sin conejos en la chistera, de que Juan Espadas huele a perdedor en el 19-J, pero que tampoco el presidente levanta pasiones siquiera para amortiguar el previsible fiasco. Que fatídicamente para su suerte, nadie recuerda las ayudas milmillonarias para evitar el crack empresarial durante la pandemia, la subida del salario mínimo, el IMV, la reforma laboral a pesar de su estrambótica aprobación, o la paz inducida en la rebelión soberanista catalana.

Ahora, se siente perseguido por las secuelas del lacerante espionaje, por las reiteradas concesiones a los independentistas que enervan al unionismo patriótico, por unas encuestas -incluidas las del CIS- cada vez más sangrantes, o incluso por esas voces sonoras en Catalunya donde le afean que ya no se fían de él. Un desgaste al que contribuye el malévolo retrato de esa imposible convivencia de la coalición de gobierno a modo de camarote de los hermanos Marx. La caótica votación de la ley del plan de pensiones ha sido el penúltimo enojoso retrato. Así es imposible que le luzca como debiera la innegable proyección internacional que le supondrán los selectivos mano a mano con los máximos dirigentes del espíritu atlantista en plena invasión de Ucrania, Biden, por fin, incluido.

En verdad, las disputas a pecho descubierto entre Unidas Podemos consigo mismo, su costelación y con el PSOE asemejan un puro sainete. En uno de sus entreactos, tampoco tiene desperdicio el malabarismo de Yolanda Díaz. Con un pie recuerda orgullosa el árbol genealógico militar y con el puño abomina de la dependencia militarista española para así guardar las esencias ideológicas. Esta vicepresidenta guarda la compostura ante los navajazos que sobrevuelan su cabeza, incluso desde el mismo banco azul. Podemos se la tiene jurada. Una venganza que complica el proyecto por el que tanto suspira Sánchez. Además, el despropósito plagado de egoísmos en el primer ensayo solo alienta una comprensible desconfianza ciudadana que suele penarse en las urnas. La hemorragia que les espera a esta amalgama de partidos en la legendaria tierra de jornaleros y rojos presagia estragos. Por predicar con el mal ejemplo. l