Cuentan algunos de los que el viernes estuvieron en el consejo político de UPN que, tras el anuncio de Javier Esparza, una especie de buen rollo inundó el salón del Iruña Park. Como si el partido se hubiera quitado un peso de encima y estuviera liberado para hacer borrón y cuenta nueva. Incluso hubo varias ovaciones cerradas, alguna bonita palabra y hasta algún chiste, cosa poco habitual.

Es normal. UPN es un partido exhausto y necesita aligerar la intensidad en la que ha vivido los últimos meses. Va hacia el noveno año en la oposición y los dos últimos han sido especialmente matadores, con una feroz crisis interna a raíz del caso Sayas y Adanero, la aparición del PP y unos resultados electorales lejos de las expectativas.

La sensación en parte de la militancia es que el partido necesita una tregua, bajar un poco las revoluciones y repensar el rumbo. Y el 13º Congreso es una buena oportunidad.

De ahí que una de las ideas que empieza a cundir dentro de la formación es la de dar con una terna –presidente, vicepresidente y secretario general– que cuente con respaldo interno y sea capaz de restañar las relaciones entre afiliados. Y, una vez que el partido tenga los órganos renovados, los estatutos actualizados y la apuesta política clara, pensar en la candidatura electoral para 2027.

Hay voces que abogan por algo parecido a una lista de unidad para evitar que el partido vuelva a abrirse una herida a cuenta de la sucesión de Esparza. No será sencillo, porque ya suenan algunos nombres de peso para hacerse con las riendas.

Con Esparza fuera de la ecuación, todas las miradas se han posado sobre dos personas: Cristina Ibarrola y Alejandro Toquero, ayer ausente del comité ya que había estado en Fitur por la mañana.

Son los dos nombres con más proyección pública. Pero una cosa es lo conocido que seas y otra el liderazgo interno. Ibarrola y Toquero son dos ganchos electorales –uno con mejores resultados que la otra– con poco predicamento dentro del partido.

Además, existe la sensación de que esas dos candidaturas caminarían hacia un pulso: el paso adelante de uno sería replicado por la candidatura del otro. Una pugna en toda regla cuando el partido necesita unidad o, al menos, no beligerancia.

Hay otros dos nombres: María Jesús Valdemoros y Alberto Catalán. De Valdemoros gusta su solvencia técnica y su tono. Además, y a diferencia de Ibarrola y Toquero, tiene escaño en el Parlamento, lo que le permitiría confrontar cara a cara con Chivite en lo que resta de legislatura. Ayer, la parlamentaria rehusó hacer declaraciones tras el comité político y fue de las últimas en marcharse, tras hacer algún aparte furtivo con clásicos de la fontanería regionalista como la también parlamentaria Ana Elizalde, representante de esa élite pamplonesa de segunda línea cuyo favor suele ser determinante para llegar a la dirección de Príncipe de Viana.

Referentes y nuevos nombres

Catalán surge en las quinielas como una opción distinta: la del hombre de partido, con experiencia, capaz de reunir en torno a su figura la buena voluntad de unos y otros para reflotar el proyecto en medio de una crisis de referentes. Podría ser un último servicio a la causa regionalista. Eso sí: no dará un paso sin antes tener la certeza de que tiene un gran respaldo interno. Ya perdió el congreso de 2013 ante Barcina. Y su papel acabaría cuando las aguas estuvieran otra vez en calma.

Hay quien ve al diputado como un buen complemento a una terna más renovadora en la que, necesariamente, tiene que haber algún perfil más joven, nuevo. Entre los nombres emerge también el de María Echávarri, concejala en el Ayuntamiento de Pamplona. Sonaba como posible cabeza de lista hasta que el dedazo de Esparza con Ibarrola la desplazó a una segunda línea. Tiene mano en el grupo municipal, buenas relaciones con el presidente del comité de Pamplona, Raúl Armendáriz, y despierta simpatías dentro del partido por ser accesible y trabajadora.

¿Hacia una bicefalia?

Ahora empieza un ciclo de varias semanas de trabajos para preparar las ponencias sociales, políticas y económicas, en las que habrá cambios. El debate programático reclama un paso adelante del parlamentario Iñaki Iriarte, respetado a nivel intelectual y poco dado a la primera línea.

Si acaso como una posibilidad, sobrevuela un añadido estatutario que permita algo parecido a una bicefalia, una separación de roles: por un lado, el presidente del partido, dedicado a lo orgánico; por otro, la figura el candidato, centrado en volver al Gobierno de Navarra. Encajaría perfectamente con la situación que vive ahora UPN.

Son cosas que han salido en las propuestas que, con más fundamento, deberán trabajarse de aquí al 28 de abril en grupos de trabajo y comités. Pero que revelan la necesidad del cambio que precisa UPN para resituarse en el mapa político navarro.