Javier Sádaba (Portugalete, 1940) rellena sus razonamientos de vida, y su vida de pensamiento. Afable y propositivo, concreto y estructurado, su conocimiento se sigue nutriendo a diario. Cada día a las siete de la mañana cumple con el ejercicio de informarse. Costumbre que no quiere perderla, dice, hasta el día que se muera. A punto de cumplir 83 años visitó este jueves Pamplona para cerrar la Semana del Pensamiento de Civican. Atento a las principales disquisiciones del momento, desarrolla sus argumentos de forma crítica y hasta a contracorriente, pero sin afán de pontificar, y demanda una izquierda mucho más pegada a la sociedad.

Un hombre con su recorrido puede hacer de puente entre el pasado y el futuro. ¿Cuál fue el mensaje principal de su charla?

Lo que más me importa es que razonemos más y mejor, y no estemos presos de nuestras emociones manipuladas por la publicidad, el dinero y los políticos. Una especie de retorno a uno mismo. Y que haya un compromiso social, que la gente se implique en función de aquello que crea que es lo más importante. Desde el punto de vista ético va a seguir siendo la libertad, la seguridad y la solidaridad. Tres cuestiones que hay que retomar y no dejar que se pudran en función de acontecimientos que no son precisamente lo más aptos para pensar.

Conceptos en disputa, que se nos presentan polisémicos.

La palabra ‘progreso’ hay que ponerla entre paréntesis. Sin duda hemos evolucionado culturalmente, y desarrollado mucho más nuestras capacidades simbólico técnicas. Pero creo que no hemos progresado en sentimientos morales. Decía el paleontólogo Juan Luis Arsuaga que en eso a veces estamos casi como en el Neolítico. Hay una disfunción grande.

La cultura de consumo rápido complica su desiderátum.

Que haya diversas posturas éticas es normal. La ética no es una ley de la naturaleza. La configuramos nosotros en el mundo de la cultura. Y ahí cada uno opina de una manera distinta. Soy partidario de que haya una ética universal con unos principios básicos, pero eso se consigue, no viene dado. En la construcción ética cada uno propone. Para mí la preferible es la de querer una vida buena, regida por todos los placeres y por la conciencia ética de hacer lo que uno debe de hacer. Ahí dudo de que hayamos mejorado o progresado. Soy muy escéptico. Es más, pienso que ha habido un retroceso enorme en el mundo de la cultura. Para elegir uno tiene que saber dónde está, en qué sitio, y quién es, y en eso hemos retrocedido de una manera tremenda. Además ha habido una especie de epidemia de estupidez. Se dicen tonterías en cualquier momento y no pasa nada, se da la opinión sobre cualquier cosa. Hay tertulianos de vocación o ya casi de nacimiento, y eso me parece que no redunda en nada que tenga que ver con una pedagogía democrática fuerte y una actitud ética firme.

Todo opinador sabe ser polémico.

Estamos en la epidemia del ‘zasca’. No se discute. En Grecia los sofistas por lo menos lo sabían hacer con una cierta inteligencia. Hay que buscar la verdad. Aquí eso parece que se evaporó. Para la sofística habría que tener ciertas técnicas que no se tienen, y acabamos en una lucha libre, pero muy infantil y con malas consecuencias.

En cuestiones morales la iglesia católica ha perdido influencia.

En términos de praxis, de práctica, España es de los países más descristianizados de Europa. Recuerdo de mis alumnos que casi ninguno era creyente. Pero en términos de poder el Concordato no ha desaparecido, la reforma de la ley de libertad religiosa no ha llegado, y los obispos, arzobispos, cardenales, y toda la institución eclesiástica, con todo el dinero que les llega, es un poder muy grande. Yo creo que un sano laicismo tiene que venir y debe venir. He escrito bastante sobre esto, incluso sobre bioética laica. Si no, se imponen de una manera que pienso que no corresponde a lo que la gente quiere. En otro sentido, la iglesia está mucho más presente en nuestra sangre de lo que pensamos. Yo veo ciertos comportamientos en los partidos políticos exactamente iguales que en una iglesia. No hay autocrítica ninguna, actúan en grupo, y lo que les digan el jefe.

Hace poco habló a adolescentes. ¿Cómo ve sus problemas, sus anhelos y potencialidades?

Desde que dejé la universidad, entiendo menos a los jóvenes, es otro mundo. Creo que se dejan llevar enormemente por las emociones, por lo inmediato. Son chicos de eventos. Aquí hay uno, a ese voy. No leen. Son muy ignorantes en ese sentido y muy influenciables. Seguro que tienen más libertad de la que yo tenía, y un concepto de libertad incluso más adecuado, pero hay ciertos aspectos intelectuales que me parecen bajos, muy dominados por un emocionismo, y muy crédulos. Estar dentro del establo, que diría Nietzsche, es muy fuerte en este momento.

Y para un libertario como usted...

Es lo opuesto. No voy a dejar nunca ese impulso utópico, porque pienso además que la utopía forma parte de la ética, que es pasar de lo que es a lo que debe ser. Un paso de gigante. Hay que pensar siempre en grandes ideales, aunque tener los pies en la tierra.

¿Y cómo ve a la gente de su generación que ha llegado a los ochenta?

Muchos han muerto y muchos están mal. Yo voy a mi querido Portugalete y mis grandes amigos han desaparecido. Eso es duro, marca y determina una conducta. En general, a mis coetáneos les veo muy desanimados y escépticos. El escepticismo hay que tenerlo, pero modulado. Y les veo como que han tirado ya la toalla y se entregan con facilidad. Eso es lo que no hay que hacer. No hay que perder nunca el por si acaso, y noto que mucha gente lo ha perdido ya.

Últimamente le habrán preguntado por los ‘vientres de alquiler’.

Sobre eso he escrito y me han criticado. En principio no veo objeción moral. Si hay una mafia detrás evidentemente sí. Pero si uno es titular de su cuerpo puede hacer lo que le dé la gana. Si una mujer lo quiere, y eso está bien regulado y controlado, en principio no veo objeción. Otra cosa es que hay que tener mucho cuidado. En la ética hay que distinguir entre lo que es imprudente y lo que es inmoral. Tal y como están las cosas ahora yo vería esto imprudente, como fue la clonación, pero inmoral no lo veo.

¿Cómo sigue abordando las charlas ante el público?

Encantado, pero con cansancio, cada vez más. No solo porque soy mayor, sino porque a veces tengo la sensación de que me repito. Tengo todavía el instinto de la utilidad, por una cuestión fundamentalmente ética y filosófica. De vez en cuando creo que tengo que estar, si bien cada vez me llaman menos o no voy porque no sé qué decir o sí, y ponderaría de tal manera que sería muy largo. Eso me cansa mucho y me hace pensar que soy, efectivamente, de otra generación.