Antes de que su vida cambiara del todo, Charles, que ahora tiene 17 años, vivía tranquilamente en Cotonaf, en Bouar, con su familia, compuesta por su padre, un mecánico, su madre, una ama de casa y sus dos hermanos. Charles acudía a la escuela, cursaba sexto grado y sentía pasión por la Ciencia. Vivía como un niño más hasta que un grupo armado se instaló detrás de su casa y comenzó a acosarlo para que se uniera a sus miembros. “Nos convocaban regularmente a mis hermanos y a mí a su base, pero siempre nos negábamos a ir”, relata.

Desafortunadamente, bajo amenazas, Charles no pudo huir por mucho tiempo y finalmente se vio obligado a unirse al grupo, donde se convirtió en su ‘chico de los recados’. “Era trabajo forzado. ¡Trabajé para ellos cuando ni siquiera quería! Les limpié la ropa y los zapatos; Yo les hacía las compras pero muchas veces exageraban”, recuerda. No sólo fue explotado sino que también sufrió violencia. “A veces me mandaban a comprarles drogas y, cuando me negaba, me golpeaban. Querían que fuera miembro pleno pero nunca lo acepté. No quería quedarme. Por eso un día, mientras corría para hacer recados, logré escapar”, añade. La vida como soldado reclutado fue muy dura: “ Me llenaban la cabeza de malas ideas. Me daban drogas y mi mente se transformó. Lo único que podía pensar era que tenía que utilizar el arma para matar gente... Recuerdo que cuando teníamos hambre, nuestro líder nos enviaba a robarle a la gente su dinero”, asevera.

Desde que dejó el grupo, Charles recibió capacitación socioeconómica a través de un proyecto financiado por la Oficina de Asistencia Humanitaria de Usaid implementado por UNICEF y su socio Apade. Gracias al programa de reintegración, Charles regresó a la escuela. Por la tarde ayuda a su hermano mayor en un taller de reparaciones. Con la formación que recibió ahora es capaz de cubrir sus modestas necesidades diarias y las de su familia y, además, puede comer en la escuela. Pese a todo lo superado el trauma persiste en su cabeza y los recuerdos de tanta violencia siguen atormentándolo en el día a día. “Por el momento, mis pensamientos todavía son inestables. Los recuerdos terribles de ese período aún me persiguen. Lo único que quiero es seguir estudiando para poder concentrarme en mi futuro. Ya no quiero pensar en armas”, señala. Su mayor deseo en esta vida es llegar a ser un gran mecánico-conductor profesional y tener un taller propio. Mucha suerte!