Al modo de una estrella del rock, Giulio Ciccone tiene por hábito lanzar las gafas de sol al público en señal de victoria. Es un festejo curioso, pero único. Tiene su gracia para el que da con las gafas. En la cumbre de Vallter 2000 no pudo completar el gesto, pero la gloria sirvió para aliviar a Dario Cataldo, en la cama de un hospital con fractura de fémur, dos fracturas transversales de la columna lumbar sin impacto neurológico, múltiples costillas rotas con un pulmón perforado en ambos lados y fractura de la clavícula izquierda.

Fue un modo de sanar al italiano, que sufrió una grave caída en la víspera. El Trek también contó la baja de Elissonde, que se estrelló antes del ascenso a la montaña y tuvo que abandonar la carrera. Ciccone fue la venda que sanó el ánimo de sus compañeros. Su triunfo no cura, pero consuela. Alimento para el alma.

En la cumbre de la montaña, enmarcada con la nostalgia de la nieve, todo ocurrió demasiado deprisa. No hubo tiempo para la coreografía de Ciccone. De haberlo intentado, Roglic, siempre exacto en el cálculo, le hubiera sisado el triunfo.

El miedo hizo que Ciccone diera un bandazo cuando detectó la presencia de Roglic por el ángulo muerto después de someter a Evenepoel. A punto estuvo el líder de triunfar en el esprint a tres bandas entre el italiano, el esloveno y Evenepoel, que compartieron baldosa en la Volta.

Ciccone agarró la victoria por un palmo y la mayor bonificación. Roglic se quedó con la plata y seis segundos. Para Evenepoel fue la tercera plaza y cuatro segundos. El esloveno dispone de media docena de segundos de renta sobre el belga en el enconado duelo que mantienen.

Landa ataca y es cuarto

Ciccone, a la misma distancia, se perfila como otro candidato sólido a la Volta, que continuará subiendo este miércoles con la ascensión a La Molina en el horizonte. Mikel Landa, que asomó, pero no pudo soportar el trallazo definitivo, también quiso estar en la foto, pero acumuló un pequeño retraso. “Tenía que intentarlo. Sabía que a falta de un kilómetro, con estos tres, me abriría”, expuso el escalador de Murgia, cuarto en Vallter 2000 y cuarto en la general, a 27 segundos de Roglic.

Al Euskaltel-Euskadi, la fuga le dio vida a través de Xabier Mikel Azparren, un hombre a una escapada pegado. El donostiarra, excelente rodador, se enganchó a Petilli, Costiou, Juul-Jensen, Carr, Pronskiy y Galván. Entre los expedicionarios también se encontraba Julen Amezqueta con la idea de hacer kilómetros por delante. La sensación de libertad siempre es un señuelo estupendo para el espíritu.

El Jumbo, el ciempiés de Roglic, gobernaba el pelotón en una jornada que elevaba el gaznate y miraba sin disimulo hacia arriba, a la azotea de Vallter 2000, el nido de la segunda etapa, 15,1 kilómetros con un desnivel medio del 6,7% y rampas de más del 10%. El Coll de Coubet sirvió como toma de temperatura. El veterano Robert Gesink pastoreó la ascensión.

A la espera de la subida

Velaban armas los favoritos, en la sala de espera hacia la estación de esquí, apenas un penacho blanco la definía, donde el agobio estaba garantizado. El ciclismo siempre va a la contra, incluso en lugares dedicados para el solaz y el disfrute. Atado al sufrimiento, siempre.

A Landa le atraen esos ecosistemas. Criado en las faldas de Gorbea, todo lo que sea trepar una montaña le entusiasma. Las subidas sirven para radiografiar hasta el tuétano, no existe cuarta pared, sólo las de las cumbres pirenaicas, un paredón que pasó revista. Un fotomatón tras otro. Gesink se apartó de la escena con los fugados sentenciados. Carr fue el más rebelde. Sin causa. Tiempo para la aristocracia de la Volta.

Landa se anima

Landa se quitó las gafas. Mirada al frente, concentrada. Animó a Poels para que guiara la subida. El de Murgia quería agitarse en una carretera con fisuras, las grietas de la dureza en el asfalto y las arrugas en el rostro en la zona más dura. Almeida era un fado. Una avería le arrugó. Bernal, de retorno a la competición, también se desprendió. El portugués se rehabilitó con orgullo. Nunca se rinde Almeida.

Los porteadores de Landa apretaban hasta la asfixia. Carapaz padecía. A Roglic sólo le quedaba Kuss como fiel escudero. El ritmo de Poels cribó el grupo. Fuera michelines. Piel y huesos entre pinos. En ese ambiente, emergió la sonrisa de Chaves, que tomó vuelo. Kuss se quedó a medio camino. Regresó al grupo de los mejores.

Chaves, lo intenta

Evenepoel y Roglic se intuían en las miradas. El campeón del mundo, a pecho descubierto, y el líder, de frac. La cremallera hasta el gaznate. Landa les interpelaba. Evenepoel puso a Van Wilder a tirar. El belga se cerró el maillot. Chaves, boca abierta, gestionaba medio minuto de renta.

Se le esfumó la alegría cuando Landa se encorajinó y Evenepoel se lanzó. En ese baile por la victoria, Ciccone nunca perdió el paso. Al italiano, gran escalador, le gusta el rock&roll. Se incrustó en la rueda del campeón del mundo. El estirón del belga desgajó a Landa, sabedor que en ese duelo de velocistas en las montañas, no dispone de turbo.

Esprint a tres

Roglic, sereno, se rearmó tras una ascensión sin alharacas, midiendo cada pulgada. Pero cuando asoma una meta, el esloveno se eriza. El tic de los depredadores. Evenepoel, Ciccone y Roglic tomaron dos curvas como pilotos de MotoGP. Así se anunciaron.

En el esprint en las montañas el italiano derrotó a Roglic y Evenepoel. La victoria fue reparadora para el Trek, con Cataldo en hospital tras la durísima caída de la víspera y Elissonde fuera de carrera tras dañarse la muñeca antes de la ascensión final a Vallter 2000. En la cima, Ciccone alivia el dolor de Cataldo.