Peio Etxeberria habló con la serenidad, la calma y la sabiduría de quien conoce los secretos de la vida después de la conquista del Cuatro y Medio. Lucía el de Zenotz, al fin, la txapela del acotado en su tercera final consecutiva. “He cumplido un sueño. Han tenido que pasar dos finales antes para darme cuenta de los conseguido”, dijo el navarro con la emoción contenida del que se conoce por dentro, del que sabe relativizar, del que tiene los pies en el presente y las raíces en el aquí y el ahora.

Comentó el flamante campeón que de alguna manera ha sabido perdonarse, mirar la vida con otros ojos. Los mismos que se le abrillantaron por el sentimiento que le cuelga de los adentros, de los aledaños del alma. “Aunque no lo parezca, soy el más feliz. Siento mucha emoción por la victoria. Se la he dedicado al aitona, a mi madre, a mi mujer, a mi familia y a las personas que estuvieron cerca de mí cuando falleció mi padre. Fueron momentos muy duros y ellos supieron estar ahí. Esta txapela es también para Serafín y Miguel. Recuerdo que solía ver con mucha emoción las finales con mi padre. Poder estar en una de ellas y con la txapela, seguro que no habría una persona más feliz en el mundo que él. Ahora me acuerdo de él”, afirmó el campeón del Cuatro y Medio, que perdió la figura paterna siendo apenas un adolescente.

“Se nota la piel de gallina, es increíble”

Supo manejarse y gestionar la final Peio Etxeberria con el aplomo de los grandes. Lejos de aquella primera incursión en la que el duelo definitivo le superó, que le pasó por encima. También del segundo, contra Unai Laso, en el que el de Zenotz le dio alas cuando la victoria parecía suya. No sucedió en su tercera final, en la que partía como favorito. “Tenía claro que no tenía que cometer esos errores”, argumentó el campeón. Sin embargo, el navarro no comenzó del mejor modo posible. “Sabía que habría nervios. Salir delante de 1.000 que de 3.000 es lo mismo, pero no lo vives de la misma manera. Se nota la piel de gallina, es increíble. He notado tensión al principio. He estado un poco atado. Pero he podido darle la vuelta y tomármelo con calma. Eso sí, confiaba en lo mío, en mi trabajo. Creo que por eso he sacado adelante el partido”, analizó el de Zenotz, que se ató a una de las máximas de la pelota en la luchas individuales: “cuando uno juega mucho, el otro no lo hace”.

Cuando la cabeza hace 'clic'

Tras el igualado amanecer, el despegue de Peio Etxeberria hacia la txapela fue fulgurante. Basó su dominio en un buen saque y en hacer daño con la zurda. Primero en la pared izquierda, para ganar confianza, y después, soltando el gancho para dañar al riojano, de recadista ante la velocidad, el ritmo y el filo propuesto por el navarro. “La final ha cambiado en el momento que he quitado la tensión del cuerpo. He aceptado que había tensión. A partir de ahí, he trabajado por pared y he tenido confianza para echar el gancho. He jugado suelto. Cuando la cabeza hace clic y hay hueco, hay que echar el gancho”, expuso el de Zenotz, que mantuvo una actitud zen durante toda la final a pesar de la pulsaciones, que siempre se disparan. “Llevo diez años trabajando el ámbito de la concentración. Me he centrado en mí. No juzgar ni lo bueno ni lo malo. Me estoy permitiendo pensar esas cosas y decirme a mí mismo que no pasa nada si no ganas”, reflexionó el de Zenotz, que afirmó que seguirá trabajando como siempre. “Es la ley de mi vida”, remató.