Dirección: Gastón Duprat y Mariano Cohn. Guion: Gastón Duprat, Mariano Cohn y Andrés Duprat. Intérpretes: Antonio Banderas, Penélope Cruz, Oscar Martínez y Carlos Hipólito. País: España. 2021. Duración: 114 minutos.

onstruida desde la engañosa apariencia de un producto nacido para triunfar, el más grave problema que acecha a Competición oficial es hacernos creer que el filme solo es un pretexto para el lucimiento de sus actores a costa de aprovechar su tirón de taquilla. Pero ocurre que en país de pobreza cultural escandalosa, nuestro star system tira poco y recibe menos prebendas, salvo las que emanan del masajeo de imperios televisivos y plataformas diversas. Vaya por delante que Banderas y Cruz resuelven lo que se les pide y evidencian lo que debe ser reconocido, que currar se lo curran. La verdadera dimensión de lo que este filme hispano-argentino quiere ser, hay que rastrearla en la autoría de sus directores y guionistas Gastón Duprat y Mariano Cohn. Lo que se edifica en Competición oficial ya se mostraba en El hombre de al lado (2009) y El ciudadano ilustre (2016), ambas creadas por las cabezas visibles de Televisión abierta. Fue en los tempranos años 90 cuando ambos comenzaron a colaborar en trabajos que bebían del video arte y de las artes plásticas contemporáneas.

De hecho, muchas de sus películas se trenzan con eslabones arrancados a diferentes acciones plásticas, pequeños artefactos que les dan una singular personalidad a sus trabajos y los adornan con pertinencia. Por ejemplo, en Competición oficial esa influencia se hace notoria en el collage con los rostros de Óscar Martínez y Antonio Banderas o en algunas de las artificiosas puestas en escena que tiene el filme como el ensayo debajo de una enorme piedra. Pero esa parte del ADN de Duprant y Cohn pertenece a la esfera de lo formal; lo sustancial, aquello de lo que sus películas hablan, apuntan a la vanidad y a la fama, a las apariencias y a la pérdida de control, al juego social y a sus fantasmas.

Duprant y Cohn hacen cuentas con el mecenazgo, con el poder teñido de cultura como coartada de bonhomía y con ese debate to be or not to be entre calidad y éxito que obnubila a quienes ceden a la tentación de ser artistas. Esa línea de sombra entre verdad e impostura es lo que aquí se agita. Como en Adaptation de Jonze, ese proceso dialéctico suministra el carburante que mueve un filme divertido y ocurrente, menos superficial de lo que aparenta ser, pero más venial de lo que quisiera.