El 15 de octubre de 2016, a las puertas del bar Koxka de Altsasu se produjo un altercado en el que se vieron implicados varios vecinos de la localidad navarra. En menos de 24 horas, el pueblo se convirtió en un plató de televisión y el caso en un asunto de Estado. Con texto y dirección de María Goiricelaya, La Dramática Errante ha llevado esta historia a las tablas dentro del proyecto Cicatrizar del Nuevo Teatro Fronterizo de Madrid. Con la pregunta '¿es la justicia siempre justa?' en el centro, el montaje trata de averiguar si es posible el perdón y el reencuentro y, si no, cómo hacer para generar una convivencia sana en una sociedad democrática.

‘Altsasu’ llega después de ‘El patio de mi casa / Harri orri ar’, que abordaba la necesidad de que en Euskal Herria se pueda hablar de política sin prejuicios y sin miedos. ¿De alguna manera está apostando por un teatro de la reconciliación?  

De hecho, Altsasu nace dentro de un proyecto que tiene por título Cicatrizar. Es un proyecto de dramaturgia internacional realizado en colaboración con Colombia y liderado por el Nuevo Teatro Fronterizo de Madrid, con Sanchis Sinisterra a la cabeza. En ese sentido, la vocación de este espectáculo era precisamente esa, hablar de las cicatrices que están todavía abiertas y de cuáles ya han curado. Y de cómo caminar juntos hacia la convivencia y hacia la democracia.

¿Por qué eligió el ‘caso Altsasu’ en concreto dentro de este proyecto? Seguro que cuando empezó el proceso de creación sabía que en parte se estaba ‘metiendo en un jardín’ del que podía salir escaldada por lo enfrentadas que estaban y están las posturas en este particular. 

Cuando me reuní en Madrid y Sanchis me preguntó sobre qué cicatriz quería hablar, enseguida me vino a la mente el caso Altsasu, que estaba en la boca y en la mente de todo el mundo, y no solo en el País Vasco. Nuestra idea era y es ver si a través del teatro se puede contribuir a restañar heridas, a desvelar esas cicatrices, a ver dónde están esos puntos de encuentro, dónde están los de puntos desencuentro... No sé si esto es meterse en un jardín o no. Hemos querido reflejar los que para nosotros eran los muy diversos dolores dentro de este caso, llevarlos al escenario y dejar que el público se impregne y haga su propia lectura.  

¿El núcleo del montaje es el caso judicial? 

El centro del espectáculo pone en tela de juicio aspectos jurídicos, asuntos que tienen que ver más con el funcionamiento de justicia, de la ética, si queremos verlo así, pero siempre planteando si el perdón es posible y si la no repetición es posible. Es cierto que en este caso y en otros las partes están muy enfrentadas y el punto de encuentro es inalcanzable y también está bien hablar de ello, de donde no nos encontramos para ver dónde podemos encontrarnos.

Toda creación artística tiene un enfoque, un punto de vista que, en definitiva, es una toma de postura. ¿Cuál es la posición de ‘Altsasu’? 

No sé si hablaría de toma postura. En este caso se evindenciaba el funcionamiento de la justicia, cómo a veces puede contaminarse, si los códigos se vulneran y de qué forma. Lo que hace el espectáculo es poner a la justicia en el centro y preguntar al espectador si cree que la justicia siempre es justa o no, cuándo deja de serlo y qué se puede hacer en esos casos. Dejando esto muy abierto, porque habrá quien piense que la resolución del juicio fue justa y quien piense lo contrario.

Para escribir la obra optó por centrarse en las transcripciones del juicio más que por hablar con las partes, ¿por qué? 

Sí, me basé en la transcripción del juicio. Y luego dejamos claro en todo momento que este espectáculo es una ficción basada en el caso Altsasu, porque nos parece que lo que sucedió allí podía haber acontecido en cualquier otro pueblo de cualquier otro lugar del mundo. El caso es un pretexto para hablar de otra cosa mayor. Hay partes que están ficcionadas y se refieren a aspectos de esta historia que no se han visto o no han tenido tanta visibilidad a nivel mediático. Como pueden ser los primeros encuentros de los guardias civiles con sus parejas; los sentimientos de estas; conversaciones que pudieron tener los vecinos del pueblo una vez que entraron en la cárcel; el dolor de las madres de las dos partes... Hay pequeños momentos que se han basado en declaraciones y otros que hemos querido imaginar para mostrar esa parte humana y sensible de las personas implicadas y de sus familias para que estas voces tuvieran también su lugar.

Una de las escenas de 'Altsasu'. Cedida

Quizá ese es el mayor punto de encuentro. El modo en que nos sentimos y lo que sentimos ante determinadas circunstancias es muy similar entre unos y otros.

Sí, y en este caso, además, el dispositivo a través del cual funciona el espectáculo es un acierto, porque los mismos actores encarnan a las partes enfrentadas. Eso pone al público en una tesitura complicada y también incómoda. Y yo creo que el teatro tiene que ser incómodo. La obra funciona así, te hace irte con una parte en un momento determinado y con la otra, en otro momento. Incluso con las dos a la vez. Creo que es bonito que durante la función el público ponga en tela de juicio todo el rato sus propias convicciones y sus propios prejuicios; resulta interesante a la hora de construir una sociedad crítica.

Para el elenco, ese continuo cambio de personajes, ese ponerse en los zapatos del otro constantemente habrá sido un proceso profesional y personal intenso e interesante.

Y también muy bonito, porque defienden hasta el infinito a su personaje en cada momento. Y esto genera una dualidad tan extraña y tan mágica. Es bonito ver que la jueza de pronto es una de las madres, al rato siguiente es la novia de uno de los guardias civiles... Hay una especie de cortocircuito a nivel mental que es precioso y que para ellos es muy gratificante porque pueden dar voz a personajes muy diferentes en el mismo montaje.

"Creo que es bonito que durante la función el público ponga en tela de juicio todo el rato sus propias convicciones y sus propios prejuicios; resulta interesante a la hora de construir una sociedad crítica"

¿Cómo se articula esto en la puesta en escena, qué elementos se usan para marcar los cambios de personaje? 

Hay un poco de todo. Hay cambios en la fisicidad, en cómo ellos trabajan con el cuerpo. También hay algunos elementos de vestuario; cosas mínimas como un pañuelo o unas gasas construyen un nuevo personaje. Además, ayudan mucho a la creación de este imaginario el espacio sonoro y la iluminación, que nos van transportando de la sala de juicios, a la cárcel, a un baile, a un viaje en coche... Vamos saltando de un sitio a otro y también en el tiempo gracias a esta conjunción de plástica.

Y mucho de lo que se dice procede textualmente de la transcripción del juicio.

Sí, hay muchas cosas incorporadas textuales, y, como decía, hay otras escenas que hemos ficcionado para dotar a la historia de mayor humanidad. Porque a veces una transcripción judicial es muy seca o lo que aparece en los medios de comunicación en ocasiones deja de lado esas partes más íntimas que creo que también son bonitas de ver.

También emplean elementos más oníricos, ¿qué papel juega en la obra el Momotxorro, personaje emblemático del carnaval de Altsasu?

El Momotxorro es como un ente mágico que nos parecía muy bonito. Tiene la capacidad de reflejar la tierra, pero también la violencia que se asocia a estos carnavales tan populares. Y como la violencia es algo que está muy latente en este caso, donde hay un enfrentamiento claro, queríamos darle una visión onírica a cómo tratamos esa violencia y cómo intentamos sobrellevarla. Ese Momotxorro tiene aquí es voluntad.

Han hecho versión en euskera y versión en castellano, ¿cómo han sido las reacciones en los lugares donde han mostrado el espectáculo?

Hemos tenido público en pie en casi todas las funciones independientemente del idioma. Se ha visto en Colombia, se acaba de ver en la Muestra de Autores de Alicante, el año que viene viajará a Latinoamérica y llegará a Madrid y a otros lugares fuera del País Vasco, que es lo que queríamos. Y la verdad es que la reacción del público está siendo fantástica y la acogida está siendo buenísima. Creo que es porque, a nivel artístico, el dispositivo de juego teatral funciona muy bien, y también porque plantea preguntas al público. Creo que para cualquier audiencia es interesantísimo salir del teatro con una serie de cuestiones que comentar. Siempre es enriquecedor y creo que el público agradece un espectáculo que para mí es valiente y que apuesta claramente por que la gente podamos encontrarnos luego y charlar sobre esto y sobre otras muchas cosas.

Lo decía antes, el teatro tiene que incomodar. Muchas veces se trata al público como un ente pasivo que se sienta, ve una obra y se va a su casa. A veces se le infravalora. ¿Tiene el teatro documental vocación de cambiar eso también?

Sí, tiene que servir como una herramienta para el diálogo. Y en este caso lo cumple a la perfección, porque creo que de todas las personas que han visto la obra nadie ha salido indiferente. Hay quien ha salido reconfortado en algún momento, incomodado en otro... Y yo creo que todo lo que nos mueve y todo lo que nos conmueve merece la pena compartirlo en comunidad. Vivir una experiencia de sentarte en una sala junto a muchas personas a las que no conoces, ver una misma cosa y que de ahí salgan opiniones y sentimientos dispares es muy interesante. Y que eso nos lleve a todos a poder hablar es lo suyo. El teatro debería ser ese punto de encuentro.

En ese caso, además, esta obra de teatro documental que pone en el centro a la justicia está muy vigente porque, nuevamente, el estamento judicial vuelve a estar de actualidad por lo que sucede con la ley del ‘solo el sí es sí’. No hay que tener miedo a hablar o a cuestionar determinados sectores que a veces parecen sagrados o intocables.

Yo creo mucho en la libertad de expresión y en que de todo se puede hablar en esta vida. Tendríamos que poder cuestionarlo todo y abordar todos los temas siempre que se haga de una forma tranquila y con vistas a lo que para mí es la convivencia. Reivindico este tipo de espectáculos y este tipo de temáticas dentro de cualquier pieza escénica. Esas tablas y estos espacios de exhibición tienen que ser el lugar en el que podamos hablar de lo que nos apetezca.

Tanto su relación como la de Ane Pikaza con Navarra se ha estrechado últimamente y no solo por esta obra, sino también porque ambas son codirectoras del Festival de Olite, del que seguro que ya están preparando la edición de 2023.

Sí, de hecho la semana pasada tuvimos la última reunión de valoración de memoria de la edición de 2022 y de inicio de la de 2023. Como siempre, intentaremos aplicar mejoras analizando los resultados de nuestra primera edición como directoras, que han sido muy buenos. Veremos cómo implementar nuevas vías a todos los niveles: de sostenibilidad, de paridad, de formación... Queremos que la próxima edición vaya todavía mejor que la pasada y hemos cogido el arranque de la programación con muchísimas ganas.