La Nobel de Literatura, Annie Ernaux, advirtió ayer contra el aumento en Europa de una ideología “de repliegue y de cierre”, basada en la exclusión de los inmigrantes, el abandono de los desfavorecidos y la vigilancia del cuerpo de las mujeres.

La escritora francesa de 82 años considera la escritura un acto político y, en su discurso de aceptación del Nobel, entrelazó retazos de su visión del mundo con recuerdos de por qué empezó a escribir y de la misión de la literatura, que para Ernaux es “un lugar de emancipación”.

Lograr el Nobel no lo consideró “una victoria individual” sino en cierta manera, un victoria colectiva” y por eso quiso ese orgullo. Y lo hizo con “quienes desean más libertad, igualdad y dignidad para todos los seres humanos, independientemente de su sexo o género, del color de su piel y de su cultura”, con quienes “piensan en las generaciones futuras” y en salvaguardar “una Tierra a la que el ansia de beneficio de unos pocos hacen cada vez menos habitable”.

Ernaux ha hecho de su literatura un compromiso con la defensa de los derechos de los más desfavorecidos y de las mujeres, a los que recordó en todo su discurso.

También citó la guerra en Ucrania y al presidente ruso, Vladimir Putin, aunque sin nombrarlos, al referirse al “dictador a la cabeza de Rusia”, quien lleva a cabo una “guerra imperialista”. La violencia de ese conflicto oculta en Europa el aumento de “una ideología de repliegue y de cierre” que no para de ganar terreno “en países de Europa hasta aquí democráticos”.

Una ideología fundada en “la exclusión de los extranjeros e inmigrantes, el abandono de los económicamente débiles, la vigilancia del cuerpo de las mujeres”, esta ideología “me impone a mí, como a aquellos para los que el valor de un ser humano es siempre y en todas partes el mismo, un deber de vigilancia extrema”.

Además, consideró que “el peso de salvar el planeta, destruido en gran parte por el apetito de los poderes económicos, no debe recaer sobre los que ya están desamparados. El silencio, en determinados momentos de la Historia, no es apropiado”.

La nobel empezó su discurso buscando una frase que le diera “la libertad y la firmeza para hablar sin temblar” y escogió una escrita hace sesenta años en su diario íntimo: “escribiré para vengar mi raza”. Una promesa que atraviesa toda su producción y su vida: De niña de familia humilde -sus padres eran tenderos en Normandía- hasta la Universidad, lo que le abrió las puertas de la burguesía. Un recorrido que le ha conferido un sentimiento de tránsfuga de clase social.

La muerte de su padre, un  nuevo puesto de profesora y los movimientos mundiales de contestación, devolvieron a Ernaux la necesidad de la escritura, de la que se había alejado en una sociedad “donde los roles se definían en función del sexo”. Un retorno para “ahondar en lo indecible de una memoria reprimida y sacar a la luz la forma de ser de mi pueblo. Escribir para comprender las razones, dentro y fuera de mí, que me habían alejado de mis orígenes”.