Orquesta Sinfónica de Navarra

Intérpretes: Camilla Tilling, soprano. Perry So, dirección.

Programa: Climate Change, de Vicent Egea (estreno absoluto). Cuarta sinfonía de Mahler. Ciclo de la Orquesta.

Lugar: Baluarte.

Fecha: 29 de febrero de 2024.

Incidencias: Casi lleno.

Ya desde la visión de la orquesta reforzada de efectivos en el escenario, y con un estreno de Egea, en el programa, el concierto se intuía extraordianrio. Y así fue. El estreno, un éxito rotundo, de interpretación y de recepción de la obra por el público. Y la versión de la Cuarta Sinfonía de Mahler, logró los estándares esenciales que exige Mahler, sabiendo que nuestra orquesta es, más bien y habitualmente, de plantilla clásica. Fue un acierto programar Climate Change de Egea, con la cuarta de Mahler: por contraponer el quejido de la tierra con la felicidad del cielo; y por aprovechar el amplio orgánico.

Climate Change es una estupenda partitura que, en principio, cumple el primer mandamiento de toda obra de arte: no aburrir. Efectivamente, todo el mundo comentaba, en esta primera audición, que le había resultado, cuando menos entretenida, que se le había hecho corta. Y es que lo tiene todo: descripciones volcánicas de la catástrofe, contrastes muy fuertes entre los pasajes (y paisajes) de calma y frondosa naturaleza, con otros de derrumbe; choques y sonidos de óxidos; citas, no literales sino trasformadas y asimiladas, de la tradición musical que ha descrito episodios de la naturaleza (La Consagración de Stravinsky, el Moldava); y el dominio que tiene el compositor de la orquestación. Es una partitura que, en todo momento, mueve a la orquesta. Bien para exigirle ritmos esquinados. Bien para aportarle (y aportarnos) profundidad meditativa, por ejemplo el precioso scherzo que, ojalá, hubiera estirado un poco más; porque, precisamente como contraste de todo lo anterior, está plenamente justificado en su carácter un tanto conservador. Perry So, se tomó muy en serio el estreno y dirigió con seguridad y convicción, sacándole todo el jugo. Egea, en la sala, saludó con repetidas salidas. Una gran ovación para todos, mucho más que los aplausos corteses de un estreno.

La Cuarta Sinfonía de Mahler termina mostrándonos, con cierto desparpajo, las juergas que se corren en el cielo; muy terrenales, por cierto, donde se canta, se danza, se bebe, se amasa pan… Parece que nos quiere recordar cómo deberíamos estar en la tierra. La versión de Perry So fue, fundamentalmente, muy clara. Tanto en la exposición de los instrumentos a solo, como por familias. Todo se oye en su origen con nitidez, hasta confluir en el tutti. Ya desde los primeros compases los violines presentan el tema con extraordinaria pulcritud y belleza, con una soltura de clasicismo. El matiz en piano es cuidadísimo. Todas las familias de la cuerda las vamos a escuchar muy bien por separado (tercer movimiento) hasta amasar, ya en conjunto, el sumamente atractivo scherzo, de un romanticismo más etéreo. Las flautas, y en general el viento-madera, salen, con acierto, en sus momentos claves. La trompa solista soluciona bastante bien su extenso cometido. El metal y percusión cumplen con los fortísimos repentinos. En el resultado final, se sacrifica un poco el legato a favor de la soltura de cada sección. Todo se entiende bien. Camilla Tilling, ofrece la voz y versión adecuada a la obra: esto no es ni ópera ni oratorio, es un lied que hay que situar en una esfera superior; con delicadeza, pero, también, sin excesiva trascendencia, por el texto. Lisa y llanamente. Todos fueron muy aplaudidos.

Y un ruego: por favor, si se lleva paraguas, es mejor dejarlo en el suelo. En este concierto se cayeron cuatro, con un estruendo muy exagerado, por el material del suelo.