Acaba el partido, debería ser el momento de despedirse deportivamente, desearse buen viaje y hasta otra. Pues no es así, por alguna razón se ha desarrollado la costumbre de trasformar ese momento en el del juicio final, todos, jugadores, entrenadores y hasta el señor encargado del material se sienten en el extraño deber de evaluar la actuación del árbitro.

Cuando da los pitidos que finalizan el partido se van dirigiendo hacia él unos y otros para hacerle saber el juicio que les merece su trabajo y ahí las frases son de lo más variado, unos le alaban, generalmente porque han ganado, otros le censuran algún detalle, eso de: “muy bien, pero esa tarjeta…”, otros le invitan a visionar jugadas en la televisión, algunos invocan la Justicia, así, con mayúscula, y otros, sin rodeos, tienden al insulto y hasta se hacen sujetar porque están muy nerviosos, ya se sabe lo de las pulsaciones y todo eso.

Siempre recuerdo a un jugador, viejo conocido y hasta un poco amigo, que al acabar un partido se me acercó para decirme: “No pensarás que voy a darte la mano”. De verdad que eso estaba muy atrás en la lista de mis preocupaciones en ese momento, podría vivir sin ello.

Lo cierto es que estas situaciones acaban muy a menudo en escenas desagradables y posteriores sanciones que perjudican a los participantes y sobre todo a sus clubes. No estaría de más mentalizar a jugadores y entrenadores de que nada ganan y mucho pierden con esos desahogos, independientemente de las muchas o pocas pulsaciones de su sufrido corazón.

De verdad os digo que el árbitro tiene suficientes evaluadores oficiales y no necesita más, además en ese momento aún le queda el juicio, en la despedida, del respetable público que también echara su cuarto a espadas y de la no menos respetable prensa, pero esa ya es otra historia.

El autor es Responsable de Formación del Comité Navarro de Árbitros de Fútbol