En Zugarramurdi nunca les han molestado ni mucho menos causado vergüenza ninguna la historia y leyendas sobre la brujería situadas en su territorio. Por el contrario, gracias a todo ello, la villa cuenta con un excelente reclamo turístico que ha propiciado la llegada el pasado año de 134.529 visitantes, una cifra considerable para los 211 habitantes que tiene en la actualidad.

A los vecinos y sus ancestros les cabe el orgullo legítimo de haber incorporado al vocabulario mundial una expresiva palabra en euskera, la lengua del país: Akelarre. Su traducción: prado del macho cabrío, y su significado: junta o reunión nocturna de brujos y brujas, con la supuesta intervención del demonio ordinariamente en figura de macho cabrío, para realizar prácticas mágicas o supersticiosas.

A día de hoy, en Zugarramurdi se muestran escépticos respecto a ese viejo asunto, cuya realidad más bien atribuyen a las condiciones de vida de la época, a la ignorancia y la credulidad de una gente agobiada en la lucha por la supervivencia, la férrea represión religiosa donde cualquier desgracia en familias y propiedades se decía “castigo de Dios”. Salirse de esa “normalidad” y buscar la diversión, la holganza y la fiesta, eran atentar contra la moral y las “buenas costumbres”.

Represión

En ese represivo contexto, según datos rigurosamente históricos, durante los siglos XV y XVII la justicia hizo tremendos estragos en el medio rural. En Ginebra, sólo en tres meses del año 1515, quemaron vivas quinientas brujas. Nicolás Remy, juez de Nancy (Francia), afirmó haber enviado a la hoguera a ochocientas personas entre brujos y hechiceras durante sus dieciséis años de profesión, y en menos de un año, en el obispado de Wurtzburgo (Alemania), quemaron novecientas, y otras seiscientas en Bromberg, también en Alemania.

Cueva de las brujas, abajo izquierda, y el prado donde se reunían, en la revista Estampa. Archivo

No fueron aquí menos crueles. En el Auto de Fé de Logroño, entre el 6 y el 8 de noviembre del año 1610, fueron quemadas vivas dieciocho brujas, de donde crece la fama de las de Zugarramurdi, todas convictas y confesas en declaraciones obtenidas tras crueles torturas o para intentar salvarse de la hoguera.

Así consta que una de las acusadas hizo una confesión falsa “porque creía que era la única forma de salvarse”. Confesó que “ni ella era bruja, ni creía que ninguna de las otras lo fuesen” a lo que su compañera replicó que “si tenía la más mínima esperanza de salir de la prisión tendría que hacer una confesión, aunque fuese falsa de cabo a rabo”, y reveló que “eso era precisamente lo que ella había hecho”. La historiadora, natural de Zugarramurdi, Koro Irazoki, se hace eco del informe en su trabajo Las brujas de Zugarramurdi que publicó en 1965.

En ocasiones, hubo brujas, auténticas brujas según los jueces, que “descendían de lo alto de la torre por el muro abajo como pudiera hacerlo una lagartija”. ¿Resulta creíble una confesión así?. Pues eran bastantes los jueces que lo creían.

El akelarre

Empezaba, presuntamente, la reunión con la Misa Negra. Antes se había bebido copiosamente un cocimiento enervante de hierbas, estramonio y mandrágora, La utilización de estos mejunjes parece que se debería a un conocimiento empírico, nacido de la observación y la experiencia, de la herboristería, un anticipo del uso de las drogas estupefacientes, y tras beberlo seguía todo el jolgorio.

La aplicación de drogas por las brujas debió de producir no pocas víctimas, pero de ser tal cual evidenciaron que el veneno aplicado o tomado en pequeñas dosis era medicina, lo que hasta entonces nadie habia creído. Y se aplicarían a la juerga, lo que ya de por sí estaba prohibido, mal visto por las “buenas gentes”.

Y usaron el beleño, activo y cruel veneno pero eficaz cataplasma sedativa, que resuelve y adormece el dolor, que cura con frecuencia, y la belladona, que atajó la extraña enfermedad conocida con el nombre de “baile de San Vito” que en 1350 se presentó en Europa de una manera espantosa y mortal.

Por decreto

Las brujas fueron suprimidas en Francia por decreto, cuando el cerebral Jean Baptiste Colbert, un sagaz ministro de Luis XIV y uno de los hombres de Estado más eminentes de Francia del siglo XVII, dio un golpe de muerte a las brujas. Simplemente, en 1672, prohibió a los jueces que admitieran causas de hechicería y la medida fue radical: cuando las brujas no se vieron perseguidas perdieron su prestigio.

Crédulo y cruel era el francés Pierre de Lancre, magistrado de Burdeos, q ue en los procesos de Laburdi achicharró a 7.000 brujas en unos meses. Escribió su Tableau de l’inconstance des mauvais anges et demons” y decía de las mujeres vascas:“No comen más que manzanas; no beben más que jugo de manzanas (sidra), lo que da ocasión a que muerdan tan a menudo la manzana prohibida.”

Juainas Paul, un calificado estudioso de la brujería acaba de publicar Sorginkeriarena gurean y cuestiona la brujería en Zugarramurdi, donde se duelen y agradecen su sufrimiento e influencia positiva. La villa, gracias a ellas, se conoce como nunca.