En la vida una de las claves es llevar a cabo acciones que tengan una repercusión en las futuras generaciones, y eso fue exactamente lo que hizo la gasteiztarra María de Maeztu, cuya lucha ayudó a fomentar que las mujeres estudiaran, que tuvieran independencia. Tras la muerte de su padre a finales del siglo XIX, en el año 1898, se trasladaron a Bilbao, donde Juana Whitney (su madre) fundó la Academia Anglo-Francesa, una academia para señoritas.

Así lo explicó hace unos años la periodista Carmen Gurruchaga en una conferencia ofrecida para el Círculo de Orellana. Esta reportera, al fin y al cabo, escribió en el año 2019 una novela histórica junto a Mariló Montero cuyo título era, precisamente, La Maestra: La apasionante historia de María de Maeztu y la Residencia de Señoritas. 

Pero, ¿quién fue María de Maeztu? Esta mujer nacida en el año 1881 creció en el seno de una familia con “una situación económica holgada”, por las posesiones que su padre tenía en Cuba -donde este encontraría su muerte-, en la que tuvo la posibilidad de aprender y recibir una educación. 

Su hermano, Ramiro, llegó a ser periodista y consiguió hacerse un nombre en la Generación del 98. Llegó a ser diputado por Gipuzkoa durante la segunda legislatura de las Cortes republicanas, electo en las elecciones de 1933. Y, tras el inicio de la Guerra Civil fue detenido, internado en la cárcel de Ventas y fusilado en el cementerio de Aravaca. Gustavo, el más pequeño de los Maeztu, por su parte, publicó varias novelas y cuentos, aunque se lo conoció más por su faceta de pintor.

Analfabetismo

Y María fue pedagoga y una gran impulsora. En el siglo XIX, un elevado porcentaje de las mujeres eran analfabetas. María, cuando cursó la primera enseñanza, se encaminó al Magisterio, y en 1898 ya fue maestra de primera enseñanza. Su vocación era la educación, y tenía claro que la mujer debía tener las mismas oportunidades. 

En el año 1902 empezó a ejercer de maestra en una escuela de Santander, aunque pronto pidió su traslado a Bilbao, donde empezó a poner en práctica sus ideas educativas en un colegio del barrio de Las Cortes, un centro en el que llegó incluso a ser directora.

Pero aquel no iba a ser el final de camino. Unos años más tarde, en 1907, se matriculó como alumna no oficial en la Universidad de Salamanca -donde conoció a Miguel de Unamuno-, para después completar sus estudios en Madrid, donde se licenció en Filosofía y Letras ya en el año 1915. Durante esos años, llegó a viajar becada incluso a Suiza, Alemania o Inglaterra, entre otros países, donde conoció otros modelos educativos. Y es que, durante su estancia en Madrid fue, precisamente, donde la joven ampliaría su universo pedagógico. 

Residencia de señoritas

Ese mismo año, en 1915, fundó la Residencia de Señoritas, una residencia que dirigió hasta el estallido de la Guerra Civil en el año 1936. Esta albergó a alumnas locales y foráneas, y las cifras de estudiantes fueron creciendo año tras año. Allí se hacían actividades culturales, se organizaban charlas y coloquios, etc. Asimismo, María de Maeztu consiguió compatibilizar su tarea en la Residencia de Señoritas con la dirección de uno de los departamentos del Instituto Escuela en 1918.

Otro hito en la biografía de María de Maeztu, explica asimismo Gurruchaga, fue la creación en el año 1926 del Lyceum Club femenino, “al estilo de los que funcionaban en otros países occidentales, organizado y sostenido con las cuotas de las socias y el producto de una rifa”. María fue nombrada presidenta de esta nueva institución.

Pero, ¿qué pasó con la llegada de la Guerra Civil? Maeztu se vio obligada a exiliarse a Argentina, donde trató de retomar su labor pedagógica, aunque falleció poco después, en el año 1948 en Mar del Plata, y sus restos fueron trasladados a Estella, donde reposan en el panteón familiar.

Para el recuerdo queda la frase que se le atribuye y que aún hoy tiene sentido: “Soy feminista; me avergonzaría de no serlo, porque creo que toda mujer que piensa debe sentir el deseo de colaborar, como persona, en la obra total de la cultura humana. Y esto es lo que para mí significa, en primer término, el feminismo; es, por un lado, el derecho que la mujer tiene a la demanda de trabajo cultural, y, por otro, el deber en que la sociedad se halla de otorgárselo…”.