La región de Iparralde parece buscar un equilibrio entre el mar y la montaña, entre el turismo de costa y el de interior, porque ambos se complementan a la perfección en lugares como este, donde la riqueza paisajística es uno de sus mayores atractivos. Uno puede pasear junto al mar en San Juan de Luz, y a tan solo seis kilómetros disfrutar de pueblos como Ascain, a los pies del monte Larrún, rodeado de paisajes verdes y altas montañas.

Es cierto que el mar tiene algo especial que siempre atrae a los turistas, y en Iparralde son muchos los lugares que apenas necesitan presentación: Hendaia, Baiona, San Juan de Luz..., pero en esta ocasión vamos a poner el rumbo a esa otra mitad de la zona que queda en el interior, escondida entre montañas y bosques, porque tiene mucho que ofrecer: tradición, cultura, artesanía, gastronomía...

Proponemos aquí un viaje real de tres días y dos noches para descubrir una ruta que arranca en Ascain, a los pies del monte Larrún y finaliza en el valle de Aldudes. 

GUÍA PRÁCTICA

Cómo llegar: Dependiendo de la localidad escogida se puede acceder desde distintos puntos de Euskal Herria: Donostia, Elizondo, Zugarramurdi, Roncesvalles...

Dónde dormir: Son muchas las opciones, con alojamientos desde campings hasta hoteles. Aquí va una pequeña recomendación: en Ascain, el hotel de la Rhune, situado en la plaza del pueblo; en Banka, el hotel Erreguina, situado en la zona alta y con bonitas vistas sobre la localidad. 

Para comer: La oferta también es muy amplia. Algunos ejemplos son el restaurante Des Chasseurs (en Ascain), restaurante Aintzina (en Espelette), restaurante Pierre Oteiza (Aldudes), y como sugerencias, hay que probar embutidos, patés, cassulette, carne de cerdo en cualquier versión, trucha ahumada, gâteau basque con crema o mermelada de cereza de Itxassou... Para quien quiera conocer y aprender a elaborar gâteau basque, en Sara hay un museo dedicado a este famoso postre. Y en el mundo de los dulces, también mencionar Laia Chocolaterie, un taller artesanal que produce sus productos directamente del grano de cacao.

+ Info: https://www.biarritz-pays-basque.com/

Partimos de Donostia rumbo a Ascain y por el camino se alternan paisajes azules con el mar y los acantilados como protagonistas, con otros verdes, con praderas y montañas que nada tienen que envidiar. En apenas hora y media de viaje el ambiente nos hace cambiar el chip para dejar atrás el bullicio de la ciudad y adentrarnos en un mundo más relajado, que vive a su propio ritmo y que tan bien encaja ahora con esa moda denominada slow travel. 

Callejear es el mejor modo de descubrir, así que nos ponemos a ello y observamos que Ascain, igual que otros pueblos cercanos, presume orgulloso de su iglesia, su plaza y su frontón. Aunque si hay algo que enamora a los que llegan desde el otro lado de la muga son sus casas blancas hechas en piedra y madera, con sus robustos muros y sus contraventanas en colores rojo, azul o verde. Crean una estética especial, auténtica, y hacen que cada foto se convierta en una postal. El cielo luce azul, así que no es raro cruzarse con otros turistas cámara en mano, buscando plasmar esa esencia labortana en cada imagen. Ajenos a este interés, un grupo de vecinos del pueblo saca unas esterillas al frontón y disfruta de una clase de yoga al aire libre. Puede ser un ejemplo a seguir y una buena manera de despedir el viernes y arrancar con otra energía el fin de semana.

Paseando por las calles de Ascain. Elisa Jimeno

El río Urdazuri rodea parte de esta pequeña localidad, y un bonito paseo por su orilla nos lleva hasta un puente romano que es uno de los atractivos del lugar. A pesar de estar en el interior, la cercanía de Ascain con la costa influyó para que durante años fuese un importante puerto, y por sus aguas se transportaba madera, piedra del monte Larrún... hasta San Juan de Luz.

Por otro lado, la huella del escritor Pierre Loti también está presente a cada paso. La primera prueba está en la plaza principal, que lleva su nombre. Y no es para menos, ya que fue aquí donde escribió su célebre novela Ramuntcho. 

Dejamos las maletas en el hotel La Rhune y su propietaria nos recomienda algunos restaurantes donde probar la gastronomía de la zona. Des Chasseurs es el elegido, y el menú, con platos de mar y montaña, hacen un guiño a la ubicación. 

Larrún, lo más turístico

Amanece con niebla en la cima del monte Larrún, pero la temperatura es muy agradable en esta época y nada impide seguir nuestro plan de viaje y cumplir con una parada casi obligatoria en esta zona: su tren-cremallera. Contamos con la compañía de Nicolas Prince, de la Oficina de Turismo de Pays Basque, quien nos explica que esta es la atracción turística más demandada de toda la región de Biarritz-Pays Basque, con cerca de 350.000 turistas al año. Y basta con llegar a la estación del tren cremallera para comprobar la incesante llegada de turistas.

Con sus vagones de madera, sus cortinas de rayas blancas y rojas, y su mecanismo de ruedas dentadas, que permite remontar mejor las pendientes, es fácil viajar en el tiempo y recordar su origen.

El tren-cremallera de Larrún. Elisa Jimeno

“Data de 1924 y su creación es puramente turística”, confirma Prince. Curiosamente fue la emperatriz Eugenia de Montijo quien puso de moda subir a su cumbre, aunque ella lo hizo en mula en el año 1859. Años después se empezó a gestar la idea de construir un tren para facilitar la llegada a la cima y así se ha mantenido hasta el día de hoy.

El billete de ida y vuelta cuesta 18 euros y es necesario concretar la hora tanto de subida como de bajada al adquirir los billetes. Para los más montañeros también existe la posibilidad de ir a pie, cuesta en torno a dos horas y media y el punto de partida puede ser desde diferentes localidades, Ascain, Uruña o Sara. Además, desde la cara de Navarra también es posible acceder en 4x4. Sea como sea, lo importante es llegar a la cima, con una altitud de 907 metros, y disfrutar del paisaje de 360 grados que permiten ver el océano Atlántico, el bosque de las Landas, los Pirineos y el valle del Bidasoa, siempre y cuando las condiciones meteorológicas lo permitan, ya que es fácil que la niebla no deje disfrutar de todo su esplendor. Un pequeño truco para asegurarse la panorámica antes de subir es consultar la webcam que desde hace un par de años está ubicada en la cima. 

Pueblos emblemáticos

Continúa nuestro viaje por dos de las localidades más bonitas de la región: Sara y Ainhoa. “Tras la pandemia la gente busca naturaleza, espacios al aire libre, y Larrún es la montaña que despierta más interés, pero la visita a estos pueblos completa la jornada de muchos turistas que se mueven hasta aquí”, explica Prince. Tanto es así que nos cruzamos con algunos de los grupos con los que hemos coincidido anteriormente en el tren. 

Sara y Ainhoa son dos pueblos que pertenecen a la clasificación Les Plus Beaux Villages, una asociación francesa creada en 1982. Ambos están organizados de forma similar, con el núcleo en torno a la iglesia y el frontón. Un grupo de niños juega a pala en Sara, mientras otros turistas callejean en busca de esa belleza que desprende su arquitectura y que invita a más de uno a soñar con cómo sería vivir en una de esas bonitas casas. 

Una de las curiosidades más destacadas de Sara y que atrae todas las miradas es el reloj de su iglesia, ya que junto a él hay una cita que dice: Oren guztiek dute gizonak olpatzen azkenekoak du hobirat egortzen, algo así como Todas las horas hieren al hombre y la última le lleva a la tumba, una reflexión que invita a quitarse el reloj y comenzar a disfrutar de cada día de la vida.

Algunos turistas observando la inscripción junto al reloj de la iglesia de Sara. Elisa Jimeno

En Sara tampoco hay que dejar de visitar su calzada romana, que es precisamente el punto de partida de la ruta Xareta, también conocida como Ruta de las Pottokas. Se trata de un recorrido circular que pasa por Sara, Ainhoa, Urdax y Zugarramurdi con un total de 35 kilómetros.

Tras conocer Sara toca poner rumbo a Ainhoa, un pueblo algo más pequeño que tiene una calle principal a cuyos lados de nuevo sorprende la bonita arquitectura. Muchos visitantes se preguntan el porqué de los colores rojo, azul y verde, y su explicación no es otra que era la pintura restante de los barcos, que se empleaba después para pintar los detalles de las casas.

Espelette y Baigorri

El pimiento de Espelette (Ezpeleta), que con su color rojo adorna muchas fachadas de la localidad, es el producto estrella de los agricultores del valle, que a partir de una selección de las mejores semillas han logrado crear una variedad única. Este producto cuenta con la Denominación de Origen Protegida (DOP) desde 2002, y tiene muy diversas utilidades. 

Cerca de 200 productores de diez municipios cosechan a mano cada otoño el pimiento, que después se coloca en ristras y se seca de manera tradicional en las fachadas de las casas. Aunque durante todo el año se puede adquirir en cualquiera de las muchas tiendas especializadas de hay en Espelette, hay una cita especial en el calendario: el último fin de semana de octubre la localidad celebra su gran fiesta dedicada a este producto.

Ristras de pimientos en una fachada de Espelette. Elisa Jimeno

Continuamos hablando de gastronomía por los valles de Baigorri y Aldudes, donde el entorno y la climatología contribuyen a ensalzar productos locales como el vino de Iruleguy, la trucha, el queso de oveja o el cerdo Kintoa. Arrancamos con una visita a Baigorri, localidad en la que por cierto cada año se celebra Nafarroaren Eguna, un encuentro de hermanamiento entre los navarros de los dos lados de la muga para fomentar el euskera y estrechar lazos. 

Baigorri es el alma del vino de Iruleguy, y sus paisajes así lo atestiguan, con grandes viñedos colocados en bancadas que se adaptan al desnivel de sus laderas y que precisamente por ello necesitan una cosecha manual. “El 80% se trabaja a mano porque los viñedos están en terrazas con pendientes de un 40%”, afirma Ximón Bergouignan, uno de los viticultores más jóvenes de la cooperativa, quien además es un buen ejemplo de una de las tendencias que se está dando en estos valles: la de jóvenes que han decidido apostar por el mundo rural y la artesanía, asentándosese aquí, asegurando el relevo generacional y poniendo en valor este territorio. 

Bergouignan relata la evolución de Iruleguy, cuya cooperativa se creó en 1952 para recuperar la tradición vitivinícola, después de que con la crisis de la filoxera y las Guerras Mundiales se pasase de mil a solo 60 hectáreas cultivadas. “Se estaba muriendo, pero surgió una iniciativa en la que se implicaron todos los vecinos, se fue de puerta en puerta con el objetivo de recuperar las viñas, y actualmente contamos con 260 hectáreas y una producción de 7.500 hectolitros”, explica. Por todo ello considera que este vino tiene un carácter bien marcado y se ha convertido en motivo de orgullo para los viticultores que forman parte de esta cooperativa y que trabajan bajo esta filosofía: Des hommes, une terre, un savoir faire. 

Ximón Bergouignan, viticultor de Iruleguy.

Ximón Bergouignan, viticultor de Iruleguy.

El turista que quiera acercarse a Iruleguy puede hacerlo en La Cave d’Iruleguy, donde se ofrecen visitas, catas, compra directa y otras actividades más novedosas, como paseos a pie o en btt por los viñedos.

Y para saborear estos caldos, aquí van dos propuestas, un tinto para degustar cualquiera de las especialidades de cerdo Kintoa, o un vino blanco para acompañar la trucha de Banka. Esta última va a ser nuestra elección para cenar el sábado en Erreguina, un restaurante de Banka donde se puede probar la trucha en diferentes elaboraciones: sopa, ahumada, salteada, frita...

Etiqueta Kintoa

Arrancamos nuestro último día por el interior de Iparralde en el pueblo de Aldudes para conocer en primera persona a la familia Oteiza, famosa por la calidad de sus productos derivados del cerdo Kintoa. Tanto es así que a esta localidad se le conoce como la cuna del jamón DOP Kintoa. 

Pierre Oteiza, con su sonrisa y simpatía, es nuestro anfitrión y con él recorremos la historia de su proyecto, que a pesar de nacer en esta pequeña localidad escondida en un valle entre montañas, se ha hecho con un nombre por todo el mundo: exporta a 24 países, y entre ellos destacan especialmente Canadá y Japón.

Pierre Oteiza, con una piara de cerdos Kintoa. Elisa Jimeno

Su historia arrancó en 1987, cuando decidió crear junto a su mujer Catherine una empresa con el objetivo de trabajar y ensalzar los productos locales: cerdo, oveja, trucha, queso... Años después sus esfuerzos se centraron en el cerdo Kintoa, una antigua raza autóctona vasca que estaba en riesgo de desaparecer. A mediados de los 90, gracias a la tenacidad de un pequeño grupo de criadores, se logró aumentar el número de animales y granjas dedicadas a su producción, reactivaron la industria porcina, consiguieron el sello de la Appellation d’Origine Controlée en 2016 para el jamón y colocaron este pequeño valle verde y tranquilo en el mapa de quienes buscan productos gourmet. 

Hoy en día Pierre Oteiza no solo es productor y carnicero, sino que además es un gran divulgador del cerdo Kintoa y sabe lo importante que es dar a conocer su forma de trabajar. Por ello, en su granja se puede contemplar la cría de cerdos vascos en libertad siguiendo un sendero pedagógico de alrededor de 1.30 horas que transcurre por las laderas del monte que se eleva junto a Los Aldudes. Es una propuesta para descubrir estos peculiares cerdos con cabeza y trasero negros, y unas largas orejas, a la vez que se disfruta de unas vistas espectaculares sobre todo el valle. Y para poner fin a esta escapada, nada mejor que sentarse a la mesa y degustar jamón y carne de cerdo Kintoa, quedarnos con un muy buen sabor de boca, y con ganas de repetir para seguir recorriendo y redescubriendo el interior de Iparralde.