Otoño. Octubre. Han caído las últimas hojas del árbol de fiestas patronales. Recuperación de festejos tras dos años de suspensión por pandemia. Había ganas. Los chupinazos festivos los carga de pólvora la pirotecnia de la afinidad. La agenda veraniega de dirigentes institucionales y políticos contiene muchos compromisos de asistencia a primeros cohetes. Y a procesiones y días de la Merindad. Auténtica carga del cargo. De las que te obligan a cumplimentir, que decía un castizo pamplonés ante reuniones familiares. Resignación disimulada. La presencia puede pasar desapercibida para el público, pero la ausencia causa malestar a los anfitriones. Los políticos locales quieren salir en la foto con sus invitados. Las fotos de familia aparecen en los periódicos y se descargan con profusión en redes sociales. Como los líderes invitados desean disfrutar también de vacaciones sin eludir esos compromisos, se apañan para repartirse el calendario. El presidente del Parlamento lo tiene más complicado, pero ya sacó un día para casarse. La coincidencia de fechas patronales de localidades importantes complica las cosas. Como las de Altsasu y Zizur Mayor. Las sensibilidades de Geroa Bai –PNV, socialverdes– tuvieron que repartirse. Estamos a meses de la siguiente cita electoral municipal y autonómica. Los partidos quieren apoyar a sus electos y los electos desean medir el aprecio de sus jefes ante la confección de las siguientes planchas electorales. Saludos, abrazos, pinchos, tragos, comidas y alguna otra actividad. Quizá fuera más estimulante implicar a los invitados en algún acto con idiosincrasia local. Por ejemplo: en Hondarribia, que fuera puerto y playa del Reino de Navarra, la corporación baila un aurresku con motivo de la Virgen de Guadalupe. ¿Por qué no la Jota Vieja del baile de la Era en Estella, La Pilindros en Tafalla, paloteado en Cortes o Ingurutxo en Leitza? Coreografía de corporativos locales e invitados. Regocijo para el pueblo.