Tengo la extraña sensación, casi ya el convencimiento, de que todas las noticias que se suceden una a otra alrededor del tiempo, me refiero al climático no al biológico, y de sus consecuencias en la vida humana, animal y vegetal del planeta tienen un sentido lineal. Unas derivan de otras anteriores y estas originan otras nuevas. Ya no es solo la emergencia climática evidente. Es también el deterioro progresivo del sistema de consumo y desarrollo que hemos conocido en nuestros años de ir pasando el día a día de las hojas del calendario. Europa sufre el calentamiento progresivo que los seres humanos estamos impulsando en la Tierra con mayor fuerza y rapidez que el resto del mundo. De hecho, los niveles del aumento de la temperatura en Europa duplican la media del resto del planeta. Al mismo tiempo, la Unesco advierte que los glaciares del Pirineo –los pocos que ya quedan–, de centroeuropa, África o EEUU, áreas de alto valor ecológico, paisajístico y cultural, no existirán ya a mediados de este siglo independientemente incluso del nivel de calentamiento que se alcance. Están ya condenadas por las causas que les han llevado a esa situación y las consecuencias son irreversibles. Esta sequía y altas temperaturas actual no es buen tiempo en nuestras latitudes, es cambio climático, sin más. A ambas noticias se les suma una más local, pero también vinculada: Navarra tira cada año a la basura más de 115.000 toneladas de alimentos y entre los productos que más se desperdician, las frutas, verduras y hortalizas. Es consecuencia de un modelo de sobreconsumo. Nunca antes había pasado eso. Al menos en mi casa, en la que nací, crecí, viví y me eduqué. Sin duda, también soy responsable de ese desastre de desperdicio alimentario. Y coincide con un momento en que a las crisis sanitaria, energética y climática se le suman progresivamente en cada vez más partes del mundo crisis alimentarias. Es absurdo todo, pero real. Parece que todo camina, y todos caminamos, en el sentido contrario al que dicta la lógica y la necesidad. Como en una marcha precipitada e inevitable en manada hacia un enorme y sin fondo abismo. Al menos ayer llovió en Pamplona. No mucho, pero llovió tras meses sin apenas caer agua del cielo. Me gusta la lluvia. Me parece que trae vida, que representa la permanencia de la vida en la Tierra. Recuerdo una información reciente que resaltaba que 2022 lleva camino de ser el año más caluroso desde que existen registro ordenados y fiables. No es ya solo el cambio climático. La guerra, el hambre y la conversión de los derechos humanos en mercados de negocio lo contaminan todo. Eso es realmente lo que está ocurriendo en este momento en que el cambio social y medioambiental y la transformación del modelo económico está en marcha. Periodos en la Historia siempre convulsos. No es sólo el cambio climático, claro. Se destinan millones de euros a campañas contra el cambio climático porque la destrucción de la Tierra, la explotación de los recursos naturales y de los seres humanos, es un inmenso negocio al que las grandes corporaciones y fondos de inversión no quieren renunciar. Parece que hay más urgencia en destruir la Tierra, hoy es el negocio, que en detener este proceso de destrucción. Quizá el tiempo se acaba más deprisa de lo que pensamos.