A mí me ha gustado. Muchísimo, claro. Esa fina lámina de bronce con forma de mano hallada en Irulegi, digo. Es poderosa y contiene un tipo de energía especial. Es una pila cargada de luz propia. Es muy antigua, obvio, es esquemática y rudimentaria, con los cinco dedos hacia abajo. Pero también tiene una forma muy moderna. Podría haber sido hecha por cualquier artista contemporáneo. Además, va a quedar bien en todo tipo de soportes: en ropa, en joyas, en letreros para las puertas, yo qué sé. Se va a reproducir hasta la saciedad, eso seguro. Porque resulta bonita, es inspiradora, gusta a todo el mundo. No solo es un objeto de gran valor histórico y lingüístico, también podría convertirse rápidamente en un símbolo. Y creo que lo hará. Es un objeto cuya carga espiritual puede ir incrementándose en los próximos años. No obstante, sobre todo, me ha encantado y me ha conmovido el hecho de que la palabra grabada en primer lugar, la primera palabra en euskera escrita en caracteres prelatinos, la única hasta ahora descifrada con claridad, sea una palabra hospitalaria y cordial. Una palabra de bienvenida al que llega, un deseo de buenos augurios a los que se van. La aldea a la que pertenecía fue arrasada por los romanos, creo, he leído ahora. Pero esa mano se quedó ahí. Y dos mil años después sale a la luz. Y saluda al mundo. La mano de Irulegui es un tesoro de cordialidad. Se reivindica a sí misma de la mejor manera: lanzando un mensaje afectuoso. Hasta mi amigo Lucho, que ya sabemos que escora un poco hacia la UPN, pero es, no obstante, inteligente y respetuoso con la cultura navarra, se ha emocionado con este hallazgo excepcional. En fin, saldrán a ladrar algunos detractores, claro. Eso lo sabemos. Es lo normal. Yo diría que incluso es buena señal. Que ladren. Sabiendo quienes son.