Manuel Gonçalves Granada es un argentino nacido en 1976. Esta semana participó en Pamplona en las jornadas ‘Comisiones de La Verdad, sociedades post conflicto y garantía de no repetición’, organizadas por el Gobierno de Navarra y la AECID. Hijo de Gastón y de Ana, su historia emociona.
Su testimonio nos lleva a la dictadura en Argentina.
–Una vez supe la verdad, que había sido un bebé robado, me fui acercando a las Abuelas de Plaza de Mayo, donde soy su secretario. A su vez coordino las investigaciones en la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad, creada a demanda de las Abuelas para buscar a esos hijos de personas en su inmensa mayoría desaparecidas por la dictadura.
¿A qué edad descubrió que había sido un bebé robado?
–A los 20 años. No sé por qué, pero a los 6 pregunté a la que era mi mamá: ¿Yo nací de tu panza? Y ella me dijo no. Nunca más volvimos a hablar del tema. Yo no pregunté más, sabiendo que había sido adoptado. Pero la adopción era sumamente irregular. Mi papá, Gastón Gonçalves, fue secuestrado el 24 de marzo del 76, el primer día del golpe militar. Tenía 26 años y mi mamá 23, y estaba embarazada de mí de cinco meses. Mi papá escuchó el golpe por la radio y se fue a ver a sus compañeros de militancia para saber que estaban bien, personas que vivían en un barrio muy carenciado, en la periferia de Buenos Aires. Mi papá y mi mamá eran militantes políticos, miembros de la Juventud Peronista, de la organización de Montoneros, eran alfabetizadores de adultos, básicamente una militancia social, muy territorial, de intentar que la vida fuese más digna para esas personas.
Y no llegó.
–No, en el trayecto lo secuestraron. La dictadura vino con un plan de exterminio, de secuestro, tortura y desaparición de las personas. Él estuvo secuestrado dentro de una comisaría de la policía bonaerense, porque sobrevivientes de esa primera semana del golpe estuvieron con mi papá en ese lugar. Muchas veces las comisarías era la entrada a los centros clandestinos de detención, después un circuito por otros lugares de secuestro, como un buque.
¿Un buque?
–De la Armada, en el río de la Plata, allí fueron los que coincidieron con mi papá y sobrevivieron en esa primera semana. Todos habían estado encerrados en un camión en un solar de la comisaría. Mi papá fue un sostén para ellos. Cuentan que a él le habían torturado mucho, pero que seguía sosteniéndoles. El 2 de abril junto a un camino fusilaron a cuatro personas y les prendieron fuego (uno de ellos era su padre). Al resto los llevaron a una barcaza y de ahí a un buque donde los levantaron por las piernas con una grúa de mercancías y los metieron en la bodega, un lugar espantoso.
¿Y su madre?
–Mi mamá sabía que también iban a ir a por ella por su misma militancia. Pasó por casa de su suegra, mi abuela Matilde, para intentar tranquilizarla. Tras salir del departamento de mi abuela, en el centro de Buenos Aires, a los dos minutos rompieron la puerta miembros de la policía y del ejército, buscando a mi mamá. Empezaron a pegar a mi abuela, y finalmente le pusieron una capucha y se la llevaron.
Qué espanto.
–Cuando se la quitaron estaba en una sala, atada a una silla, y ahí empezó toda una sesión de tortura, que duró un día entero. En un momento le dijeron: vos, señora, salga, váyase. Y cuando salió estaba en la comisaría de su barrio. Los vecinos le ayudaron, porque volvió muy golpeada.
Faltan palabras para definir eso....
–A mi mamá no la atraparon. Se fue moviendo y le fueron buscando por distintos lugares. Era la policía fuera de la ley, terrorismo de Estado, unos salvajes.
Y su madre le dio a luz.
–Sin noticias del paradero de mi padre, con 23 años, sabiéndose perdida, sin su compañero y sin la familia. Yo nací el 27 de junio del 76. Ella llamó a su suegro y le dijo: nació Manuel. Así que mi familia biológica lo supo. Ayudada por una red de compañeras y compañeros, llegamos a una casa en San Nicolás, al norte de Buenos Aires. Allí vivía un matrimonio, Amestoy Fettolini, con dos hijos, Fernando, de 3 años y María Eugenia, de 5. Vivimos allí varios meses con ellos.
“A mi padre le secuestraron dentro de una comisaría, lo encerraron en un camión, le torturaron, le fusilaron y le prendieron fuego”
Hasta la madrugada del horror.
–El 19 de noviembre del 76, cuarenta hombres rodearon la casa a las 6 de la mañana, y la destruyeron literalmente, con disparos de ametralladora, granadas y gases lacrimógenos. Ahí asesinaron a mi mamá y a esta pareja. Fernando y María Eugenia estaban en el baño, porque parecía el lugar más seguro, pero tiraron tantos gases lacrimógenos que Fernando murió ahogado. A María Eugenia y a mí nos sacaron con vida las mismas fuerzas represivas. A mi mamá le dispararon 14 disparos de ametralladora en la habitación donde nosotros estábamos, yo dentro de un armario.
Ella le quiso proteger.
–Con almohadas y almohadones, y eso me protegió un poco de los gases. Nos llevaron a todos al hospital. Todo esto fue a la vista de todo el mundo. Nadie podía creer lo que estaban haciendo. Mucho de lo que digo lo sé porque encontramos documentación del ejército y de la policía del operativo, además de 25 vecinos testigos.
Usted no tenía conciencia, pero la niña estaría aterrorizada.
–Sí, lloraba, se estaba ahogando, muy angustiada. En 2012 declararon los médicos y las enfermeras y contaron la masacre. Me llamo María Eugenia, tengo 5 años. Fue lo último que dijo. Y se murió. (Se emociona). Para mí es la síntesis de la barbarie. Una niña viendo la porquería que hicieron con su vida y la de su familia.
Y usted sobrevivió.
–Soy el único sobreviviente de ese operativo donde participó la policía bonaerense, la policía federal, la policía de Santa Fe y el ejército.
¿Hay alguna placa que lo recuerde?
–No en la casa, que está reconstruida, pero el 19 de noviembre es el día de la memoria de la ciudad de San Nicolás conmemorando aquello.
Se acerca ahora el aniversario.
–Intento estar, allá hay mucha gente que lo recuerda y hacemos actos, lo trabajan mucho en los colegios... es como el hecho emblemático de la represión en la ciudad. Hubo muchos otros pero este fue el más brutal.
¿Qué le pasó en el hospital?
–Me dejaron cuatro meses en una sala en Maternidad yo solo, con custodia policial las 24 horas en la puerta. Los médicos y las enfermeras entraban con la policía.
Era un bebé vigilado.
–Sí, compañeros de militancia supieron lo que había pasado, que el hijo de Ana estaba allí y quisieron ir a buscarme, pero no hubo manera.
Y se puso en marcha una adopción.
–En principio el plan era quedarme con un policía que manejaba la custodia y su familia. Un día también vino un militar con su esposa y cuando la enfermera me levantó de la cuna y me quiso pasar con él yo no quería, porque cuando veía uniformes lloraba. Empecé a llorar y a agarrarme fuerte de la enfermera, y la señora de este militar se puso nerviosa y se fueron.
Como si fuera una mascota.
–Sí, algo así. En Argentina la apropiación tuvo que ver con quedarte como con un trofeo de guerra con el hijo de eso que tanto odiaste, y convertirnos en lo que eran ellos. La dictadura tuvo un plan sistemático de robo de bebés, para que no nos criásemos como nuestros padres.
¿Qué sucedió finalmente?
–Tras 4 meses era imposible que yo creciera en San Nicolás sin enterarme en algún momento de la verdad, porque toda la ciudad hablaba de ese bebé. Entonces el juez de menores me entregó a una familia que vivía a 300 kilómetros de este lugar. Ese juez tenía un primo, que fue mi padrino. Muchas veces quienes ayudaban a que alguien consiguiera un bebé terminaba siendo el padrino o la madrina como agradecimiento. Todo esto no lo supe hasta los 20 años.
Cuando llamaron a su puerta.
–Sí, yo no estaba buscando nada, porque con una adopción pensaba que me habían abandonado. Fue producto de la búsqueda que iniciaron mis abuelas con el resto de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, junto con el equipo argentino de antropología forense.
Y fruto de las pesquisas...
–Finalmente encontraron un pedacito del expediente de adopción, donde salía mi nombre adoptivo: Claudio Luis Novoa.
Así se llamaba hasta entonces.
–Sí, esperaron a que votase por primera vez y salieran los padrones.
“Miembros de la policía y del ejército que buscaban a mi mamá encapucharon a mi abuela, se la llevaron a una comisaría y la torturaron”
¿Sus padres adoptivos conocían lo que había pasado?
–Eso no lo sé, mi padrino seguro, y entiendo que mi madrina, y seguramente parte de la familia. No sé cuántos más lo sabían, mi papá adoptivo falleció al poco de llegar a su casa, y me crié con la que fue mi mamá y con una abuela.
La madre de su madre adoptiva.
–Que murió cuando yo tenía 8 años.
El shock tuvo que ser tremendo.
–Sí, sobre todo porque era un día normal que se convirtió en extraordinario, así como de la nada... Yo estaba bien, no pensaba en buscar mi origen biológico, ahora lo hacen un promedio de mil personas al año en la Comisión donde trabajo. Ese día me enteré de que mi familia no solo no me había abandonado, sino que me había buscado junto con un montón de gente durante 20 años. Y que no iba a encontrarme con mi papá y mi mamá, desaparecidos (a su madre la enterraron sin identificar). Fue toda una convulsión, muchas emociones juntas. Cosas muy hermosas, por este amor de la familia de no abandonar mi búsqueda, y la crudeza y lo duro de saber lo ocurrido.
¿Y en ese estallido emocional, cuál fue el papel de su madre adoptiva?
–Yo inmediatamente dije que me quería hacer la prueba de ADN y que quería conocer a mi abuela.
¿Cortó la relación?
–No, porque yo tenía 20 años y además, era mi madre, en la vida, teníamos una relación muy estrecha, vivíamos los dos solos desde hacía muchos años. Era una mujer muy fuerte, un ejemplo, de una persona que sola crió un hijo. Ni siquiera tengo hoy todavía claro cuánto sabía ella de lo que realmente había pasado conmigo.
Ya no vive.
–Falleció. Pero tuve relación con ella hasta su fallecimiento. Cuando se puso muy enferma, la llevé a mi casa y me hice cargo de sus operaciones. Mantuve el vínculo, pero que se modificó en muchas cosas. No solo con ella. Con algunos dejé de tener relación, por ejemplo con mi padrino. Y abrí una causa para que se investigue la adopción, todavía sin juicio.
Me ha hecho recordar el juicio a las juntas militares en 1985.
–Menos de dos años después de terminar la dictadura, que finalizó el 10 de diciembre de 1983, muy pronto. Eso tiene un valor enorme.
¿Cuándo descubrió su identidad, cómo estaba la situación?
–Horrible, un país donde reinaba la impunidad, porque se había indultado a quienes se ve en la película, a la cúpula, los máximos responsables de la dictadura, la cúpula de las Fuerzas Armadas, a los que se juzga y se condena . Había habido dos alzamientos...
Época de Menem.
–Sí, era el segundo Gobierno de la democracia, tras el de Alfonsín. Pero cuando la Justicia intentó seguir, los militares tomaron los cuarteles y amenazaron con volver a implantar una dictadura. Así que tanto el primer Gobierno como el segundo cedieron a esas presiones y se sancionaron dos leyes, las de Obediencia debida y la Punto final. Esas dos leyes estaban vigentes para cuando a mí me encontraron. Ahí empezaron los escraches ante las casas de los que se iban identificando como parte de la dictadura. Se hacían señales como la del tráfico: Acá vive un genocida. Ya que no había justicia que hubiese condena social, que los vecinos supiesen que un señor que se veía como un vecino cualquiera era un torturador.
¿Y ahora? ¿Cómo son las políticas de memoria con Milei?
–Hay un enorme retroceso, vinculado también a una política general de achicamiento del Estado. Existe un discurso negacionista. Lo más peligroso es su institucionalización. Pero en Argentina hay más de 1.200 personas condenadas en los juicios que llegaron a partir de 2004. Muchos de ellos a cadena perpetua. Se suman más de 1.000 imputados en este momento, y 300 causas que están abiertas todavía, que siguen haciendo juicios relacionados con la investigación de estos crímenes.
¿Y sus casos?
–Yo pasé de un país con impunidad a ver en 2012 condenado a cadena perpetua a uno de los que secuestró e hizo desaparecer a mi papá. Hasta entonces salía en la televisión como un policía ejemplar, y además fue diputado nacional. Yo ya lo sabía , porque había secuestrado a los sobrevivientes. Era un país de locos, el tipo era un ejemplo. Rompimos con eso, perdimos el miedo como sociedad a hacer justicia, con la decisión política tomada en 2004 de enviar al Congreso la nulidad de esas dos leyes que impedían el avance de la Justicia. Volvimos al momento de 1985.
Y usted se querelló.
–Con juicio en 2012 por mi mamá (y la familia con la que estábamos en la casa) como por mi papá en 2011. Y en los dos logramos que se condenase a los distintos responsables. En el de mi mamá yo estaba sentado con los policías y militares que habían estado en esa casa en el 76. Y dije que celebraba que hubiésemos llegado a ese día, que me sentía orgulloso de lo que estábamos haciendo como país, y que ese día ninguno de nosotros, ni los imputados ni yo lo hubiésemos podido imaginar. A esta historia le faltaba el capítulo de la justicia.
Y fueron declarados culpables.
–Sí, y condenados a cadena perpetua, como en el otro juicio. Están todos condenados.
¿Cómo fue la relación con su abuela Matilde, que aún pudo conocer?
–Fue muy hermoso, tuve inmediatamente la necesidad de encontrarme con ella, que me había buscado durante tantos años. Era la única que quedaba. Fui a su casa. Toqué el portero automático, y pensé: Voy a ver por primera vez a mi abuela y no me quiero olvidar nunca. Y ahora contándoselo lo vuelvo a revivir, porque es una imagen muy hermosa. Mi abuela bajó al portal con las llaves en la mano, con una sonrisa, el pelo muy blanco... Yo la miraba del otro lado del vidrio, tratando de registrar ese momento. Nos abrazamos, me tocó la cara y me dijo: ¿Estás bien? Pasá, que está la comida. Y como si hubiésemos sido abuela y nieto toda la vida.
¿Cómo vive usted a día de hoy con esa biografía?
–Entendiendo que hay cosas que no se van a poder recuperar ni reparar, convivo con eso, es un dolor que uno lleva. La desaparición de tus padres, el sentir que durante 20 años tuviste una vida que no debería haber sido. Lo que quise es transformarlo en una lucha, sumarme a esa lucha colectiva de las Abuelas.
“En dos juicios, uno por mi papá en 2011 y otro por mi mamá en 2012, logramos que se condenase a los distintos responsables”
Tiene un hermano.
–Por parte de mi papá. Él es 7 años mayor. Somos hijos del mismo papá, no de la misma mamá. Es músico de una banda muy conocida en Latinoamérica, ‘Los Pericos’. Hace poco estuvieron tocando en España. Yo le iba a ver sin saber que era muy hermano... fue también muy novelesco.
En esta lucha hay también una carrera contra el tiempo.
–La mayoría de las abuelas y abuelos ya no están. Los tres últimos tres nietos que encontramos ya no está ningún abuelo, pero los nietos han encontrado su verdadero origen, y a hermanos, tíos, primos... se encuentran con su historia. ¿Pero por qué? Porque las abuelas fueron tan sabias que crearon el Banco Nacional de Datos Genéticos, el primero en el mundo. Se dieron cuenta de que esto iba a llevar mucho tiempo y que quizás cuando ellas no estuviesen a sus nietos o nietas igual se les iba a poder restituir su identidad.
¿Qué se lleva de Navarra sobre lo que se está haciendo aquí?
–La esperanza renovada, porque estamos en un momento en el mundo en que los discursos negacionistas se amplifican con un muy hábil uso de la comunicación por parte de quienes propagan estos discursos de odio, porque negar crímenes como estos es odiar, ser cómplice. Encontrar a gente como Martín (Zabalza), Mikel (Berraondo) o tantos otros compañeros de la Dirección General de Memoria y Convivencia, y ver el trabajo que están haciendo, y todos los proyectos que están intentando, y esta idea de querer aprender de otras experiencias a todos nos nutre. En el mundo se está intentando despedazar todo esto que acá se está construyendo. Siento que tenemos mucho que aportarnos mutuamente. He visto que Navarra en España es una enorme referencia en memoria histórica. Y eso me hace bien, luchamos por lo mismo, por un mundo en el que no haya silencio ni olvido, y donde haya verdad y justicia.
¿En qué medida siguen estando sus padres dentro de su vida?
–Totalmente presentes, porque los conocí de una manera muy hermosa, gracias a la memoria colectiva, a personas que los conocieron en distintos momentos, compañeros del colegio, de la militancia, familia... Ese relato colectivo me hizo saber quiénes eran y qué querían para nuestras vidas. Yo reestructuré mi identidad y no hay un día que no piense en eso, porque yo sé quién soy. Si no, no estaríamos hablando nosotros aquí. Yo seguiría siendo Claudio, haría otra cosa. Mi vida sería otra. Lo que estoy haciendo aquí en Pamplona es porque soy Manuel Gonçalves Granada. Si no supiese eso no estaría acá.