Creo que una de las aspiraciones que compartimos todas y todos es tener una vida feliz, o una feliz vida según dónde queramos poner el acento. Y eso no es lo mismo que vivir condicionados por la búsqueda constante de la felicidad, porque creo que ese es un lugar cambiante al que no se llega y ya te quedas, sino que se construye cada día y que a veces se alcanza y otras no, sin que por ello el conjunto de lo que nos pasa no sea bueno. La felicidad como concepto al que agarrarnos nos obliga muchas veces a renunciar a lo que sentimos, sin dejar espacio para emociones necesarias como el miedo, la frustración, la tristeza o el fracaso, que también forman parte del día a día y que nos hacen aprender de lo que no ha funcionado o estar alertas ante aquello que nos puede dañar. Me gusta más la idea de estar feliz, como algo que nos pasa de vez en cuando, que ser feliz, como si serlo a jornada completa fuera el objetivo tantas veces inalcanzable. Cada vez son más los que estudian y analizan la felicidad como algo medible. Tiene que ser curioso tener como profesión “experta en felicidad”. Su búsqueda es tan importante que algunas universidades ya la incluyen como asignatura en sus planes de estudio. Hasta hay instituciones por el mundo, en países como Dinamarca dónde según dicen está la ciudad más feliz del mundo en la que se respira ese espíritu Hygge por todas partes, en las que se estudia la felicidad. Quienes saben de esto y también de psicología positiva nos dicen que a veces lo pequeño es lo más grande, que hay gestos cotidianos, simples y alcanzables, que son los que nos hacen felices o nos arrancan una sonrisa: desde quedar con las amigas, disfrutar de la familia, dedicar tiempo a aquello que nos gusta, ser agradecidos con lo que tenemos, vivir el aquí y el ahora, celebrar lo bueno, encender unas velas, escuchar música, leer un libro, salir al campo, ver el mar, sentir la primavera, oler la tierra mojada, el primer baño en el mar, la risa de los niños, un abrazo...la lista es infinita y depende de cada persona y cada momento. Pero hay una parte de esa felicidad que aunque la busquemos dentro está condicionada por lo que nos pasa, por la vida que podemos llevar y que para muchas personas no es la que quieren, sino la única que pueden. De ahí que desde hace ya 10 años las Naciones Unidas propusieron el Día Internacional de la Felicidad, que se celebra este lunes 20 de marzo, como señal de aviso de que la felicidad individual pasa por la felicidad global. Y eso exige solidaridad, ser generoso y no dejar a nadie atrás, porque compartir nos hace más felices.