No voy a negar, ¿por qué?, que a pesar de todas sus limitaciones, errores y torpezas, prefiero el Gobierno que preside Pedro Sánchez al que presidió Rajoy o al que pueda aspirar Núñez Feijóo. Creo que es mucho más sensible a las necesidades reales de los más desfavorecidos y, además, en la pluralidad de sus apoyos representa mejor al conjunto de la ciudadanía. Dicho lo cual, reconozco también que la coalición que gobierna no ha cesado de provocar sobresaltos a cuenta de las diferencias ideológicas entre los dos partidos que la conforman. Estos sobresaltos han ido aumentando en intensidad a medida que se acerca el final de la legislatura o, simplemente, cuando como ahora se vive un ambiente de efervescencia electoral. Ni que decir tiene que la derecha extrema (PP) y la extrema derecha (Vox), así como sus apéndices mediáticos, se regocijan en cada desencuentro y lo aprovechan para sumar desgaste al ya exhausto Gobierno bipartito.

Las diferencias ideológicas –y tácticas- de PSOE y Unidas Podemos se han tensionado hasta el extremo en los últimos tiempos con la ley del “Sí es Sí”, aunque mal o bien han ido salvando los muebles, incluso casi se han comprometido a no romper peras hasta finalizar la legislatura. Pero lo que ha resultado aún más desalentador, teniendo en cuenta que este Gobierno tan frágil sólo es viable si se asegura el apoyo de un conjunto de partidos que lo hicieron posible, lo verdaderamente preocupante es la última faena de dos de sus soportes, ERC y EH Bildu que con su voto en contra han hecho fracasar al Gobierno en uno de los asuntos más trascendentes para las libertades democráticas.

Aún andan discutiendo los analistas si en los acuerdos para apoyar la moción de censura a Mariano Rajoy quedó firmado que la Ley Mordaza iba a ser derogada, o que quedarían derogados “los aspectos más lesivos” de la referida ley. Si eran galgos o podencos, si se acordó el todo o la parte, el resultado ha sido que, una vez más, “lo mejor es enemigo de lo bueno” según sentenció sabiamente Voltaire. El proyecto de ley, según los dos compañeros del voto negativo, mantiene las pelotas de goma y la expulsión en caliente. Ante tan flagrante e innegociable dejación, nos quedamos con la Ley Mordaza a pelo, tal y como la parió la mayoría absoluta del PP, tal y como reclamaban a gritos los sindicatos policiales más ultras a las puertas del Congreso.

No voy a entrar en el debate sobre si se cumplió o no literalmente lo acordado, ni si los dos argumentos para tumbar el proyecto de ley tuvieran o no alguna interpretación. Lo que realmente ha sucedido es que el desplante de ERC y EH Bildu ha provocado uno de los momentos más críticos para el Gobierno –con todas sus miserias- más progresista que se ha conocido en nuestra democracia. Y los buitres acechan. Y sólo de pensar en la alternativa, con PP y Vox legislando, es para echarse a temblar.

No se puede jugar con fuego, menos aun cuando acecha una opción tan regresiva. Si es que no se ha tratado de puro postureo electoral, no acabo de entender cómo EH Bildu y ERC han preferido no renunciar al maximalismo, aun a costa de que se mantenga vigente una ley que cercena las más elementales libertades democráticas. Tampoco entiendo los reiterados y cada vez más tenaces enfrentamientos del socio minoritario, Unidas Podemos, que a medida que se acerca el final de la legislatura son más agrios y notorios. A no ser que, dadas las encuestas adversas, hayan adoptado la clásica opción del desesperado “para lo que me queda en el convento, defeco dentro”. l