Cuando quedan apenas dos meses para las próximas elecciones del 28 de mayo, la precampaña está lanzada y las maquinarias de los partidos están ya engrasadas y a punto en busca de la movilización ciudadana en las urnas. Las peligrosas derivas en las que está inmersa la política española durante los últimos años, caracterizados por el auge de los populismos, el enfrentamiento descarnado desde la estéril estrategia de bloques y trincheras, la falta de diálogo y acuerdos y la apuesta por el mero espectáculo, están incrementando de manera alarmante la desafección y la distancia ciudadana respecto a los partidos y sus representantes.

Las periódicas citas electorales estructuran las sociedades democráticas y permiten la configuración de los diferentes niveles institucionales (el primero, el municipal, territorial y autonómico del próximo mayo) como mecanismo de garantía para responder con la legitimidad del proceso democrático a los intentos de manipularlo, como ha sido el caso del lamentable esperpento sufrido esta semana con la moción de censura en el Congreso de los Diputados. Una perspectiva que hay que tener muy presente, porque a la vista está que no van a faltar quienes pretendan sustituir los proyectos, las ideas y las propuestas dirigidas al bienestar y el bien común por más populismo y por una apuesta por convencer al votante con argumentos ajenos a su realidad o incluso contrarios a la esencia de una sociedad inclusiva y democrática, respetuosa de los derechos y libertades y capaz de articular respuestas prácticas a su bienestar y necesidades.

Ello puede tener como consecuencia directa el desapego de la política en general y su negativa consecuencia del recurso al abstencionismo por parte de un sector de la ciudadanía. Es por eso que a la demagogia se debe responder con el espíritu crítico de la ciudadanía compatible con ejercer el derecho a valorar y definir la acción política contrastable desde las instituciones. Participar es fortalecer el modelo de gobierno más equilibrado que existe. La pereza, la desilusión o la distancia con la que algunos votantes empiezan a ver la política es alimentada por quienes no tienen como prioridad preservar los mecanismos de resolución y gestión de las virtudes y conflictos de la sociedad. Y la experiencia enseña que las soluciones mágicas acaban costando caro.