Seguro que habrá excepciones y muy posiblemente también quien atesore buena parte de su discografía, pero me da la sensación de que más que la música de Tina Turner lo que nos gustaba era ella. Sí, por supuesto, nos gustaban uno o dos de sus discos y nos gustaba Proud Mary, que es de la Creedence, o Private Dancer o What’s love o The Best, pero me da que no muchos tendrán en casa más de cinco discos de ella, como sí se tienen de otras cantantes o grupos, de esos que aparecen como mínimo 10 o 15 elepés por las casas. Lo que nos gustaba, ya digo, creo que era más ella, su modo de sonreír, de bailar, de cantar, esa energía brutal que no sabías de dónde salía y que la hizo conocida en los 60 y mundialmente famosa en los 80, cuando ocupó junto con Madonna los tronos respectivos de reinas del rock y del pop, con giras multitudinarias y colaboraciones estelares con la práctica totalidad de máximas estrellas de la historia de la música. En los 80 las cosas funcionaron así, hubo una generación de cantantes nacidos a finales de los 30, en los 40 y primera parte de los 50 que se hizo mundialmente famosa gracias a la aparición de los vídeos musicales y las televisiones por cable y la MTV y por supuesto su talento y carisma. Turner fue una de ellas y cuando la veías y escuchabas no sabías nada de su pasado en los 60 o de Ike Turner, apenas dos retazos. No había tanta información. Solo veías a aquella bestia escénica con lentejuelas sonriendo y cantando y bailando y así se hizo con el corazón de cientos de millones de personas, como ella misma decía más casi en Europa que en los Estados Unidos, donde se le veneraba en menor medida. Muere con 83 años, retirada hace bastantes, pero el caso es que varias generaciones solo guardamos en la retina esos años en los que el mundo bailaba al ritmo de sus caderas y de su desbordante fuerza y carisma. La reina, sin ninguna duda.