“No, no, no...”, –me decía Luis de Pablo, el célebre compositor en su adusta edad– “no lo ha hecho bien el Partido Socialista, lo ha hecho más bien fatal, no se puede dudar, pero si no les votamos vendrá la derecha y será la debacle”. Lo decía como un dogma que no podía dudarse. Entonces presidía el gobierno un tal Zapatero quien, más que remendar, deshizo el tejido nacional; Rajoy luego. Aquel disolvió el socialismo en un engrudo rosáceo, éste disolvió la derecha que le había votado en un mejunje muy similar en lo social a las propuestas socialistas, algo diferente en educación y economía. Respondí yo: “Pero si no se suspende a quienes lo hicieron mal, volverán a hacerlo, reforzándose en su maldad”. “Entonces llegará la derechona, no me queda más remedio que votar tapándome las narices a los míos, aunque lo hayan hecho fatal”. Así piensan algunos ante la posibilidad de que una derecha más radical y otra más céntrica se unan para gobernar y, sin embargo...

Ni los rojos son ya los revolucionarios matacuras de otros tiempos, pues se han concentrado en el abdomen y de rosa no pasan, sin horizontes apenas más allá que los del propio ombligo o el sexo, ni la derecha es fascista como antes de la civil guerra. Cuando gobierna el Partido Popular hace también, como los socialistas, una política social que se extiende a todo el pueblo, de arriba a abajo. Vox no es sino el Partido Popular de hace unos años, que no cambia tan fácilmente su ideario, aunque añadieron el temor por la inmigración y el freno ante su expansión, y un rechazo ante ciertos desajustes de leyes sobre el sexual género. Tampoco los de Sumar son los estalinistas o trotskistas de antaño.

No son los tiempos previos a la Guerra Civil, afortunadamente, aunque la coyuntura internacional nos resulte muy peligrosa y bastante adversa. La mayor parte de los españoles quiere vivir bien y en paz, que los políticos sirvan para lograr una sociedad unida en su diversidad, que funcione y permita la prosperidad. Es general el enorme desprecio hacia nuestros dirigentes, sean de un partido u otro, porque parecen haberse convertido en una especie de casta parasitaria, un cáncer político, aunque no todos son iguales.

Entre las papeletas hay un Partido Animalista proponiendo candidatos para el Parlamento, o tal vez es para cuidar a quienes nos gobiernen, sean unos u otros, pues a menudo comprobamos que los que más alto llegan en la jerarquía social, en el organigrama del poder, son los más burros, los más bestias.

Y, sin embargo, hay que escoger el mal menor, pues el rumbo que teníamos a la deriva iba; a buen puerto no nos podría llevar, con un déficit bestial. Para evitar el naufragio sería menester cambiar la dirección.

El autor es escritor