En las aguas revueltas de un Mundial con otros cinco anfitriones –España, Portugal, Argentina, Uruguay y Paraguay–, Marruecos está celebrando la ganancia de recibir un reconocimiento internacional impensable para un régimen al que la ONU suspendió en un informe de noviembre de 2022 por su violación sistemática de derechos fundamentales y que está muy muy abajo en todos los ránkings de libertad.

Íbamos a preguntarnos por qué la FIFA ha consentido que se cuele un país así en la organización de un Mundial, pero nos hemos acordado de la Argentina de Videla y de la reciente Qatar, y se nos han quitado hasta las ganas de hacerlo.

El único consuelo posible es que ya descubrimos en ese último Mundial que a los marroquíes les encanta el fútbol y disfrutan con su competitiva selección, por lo que al menos para ellos habrá sido una fabulosa noticia.