Dicen algunos expertos que puede ser recomendable no conocer las malas noticias. No las malas noticias próximas, que esas llegan solas y aplanan, sino las que conforman la masa de acontecimientos que rodean nuestra vida. Esta vida nuestra que nos pasa aquí pero en la que nos retumba y sacude lo que sucede allí. Esa huida de las malas historias quizás tenga que ver con que la obligatoria resistencia al impacto continuo de las desgracias y maldades no nos mejora. No es imprescindible para vivir saber los detalles con los que se sangra en otros dramas, y menos aún cuando vivir es sobrevivir. No saber qué sucede ahí fuera no significa que no pasa, pero probablemente alivia el camino, aunque sea solo durante un rato.

Según un informe de hace un par de meses del Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo, un 36% de los encuestados en la investigación no quiere leer ni ver noticias para evitar el efecto negativo que provocan en su estado de ánimo. Baja se antoja la estadística de escapistas de la realidad porque, viendo el panorama, a veces es mejor no querer enterarse de nada y huir en manada.

Allá va un muestrario al azar de las diez primeras informaciones que aparecían en los teletipos de un día cualquiera de esta semana a las 12.50 horas: dos noticias de deportes, tres de la masacre de Gaza, un par más de consumo –dos denuncias–, un obispo afirmando que los abusos a menores son un “problema social”, un allanamiento de un domicilio por una disputa familiar y dos informaciones más sobre situaciones críticas en el medio ambiente. Como la vida, de todo. Lo inocuo, lo vomitivo, lo crudo. Poco azúcar siempre.

Una cosa es abrazar el estado de gracia que aporta la activa ignorancia, y otro atender lo que nos conviene, que también persigue construir una existencia más cómoda –todas nuestras preguntas tienen respuestas confortables y nos dan la razón por todas partes–, pero esto nos crea un relato parcial, corto, torpe y a veces peligroso. Una postura es no querer oír el ruido de la tormenta exterior y otra decidir que no hay tormenta y lo que azota ahí fuera es solo un equipo de música a toda pastilla, gente con bombos y platillos. No cabe duda de que es mejor enterarnos de todo lo que podamos, empaparnos de conocimientos y luego, decidir y meditar. Y ahí fuera están pasando cosas gordas y feas.