Dios, hace nada fue el día de Pamplona y ahora caigo que hoy es el día de Navarra. Estamos llenos de días de por todas partes. No sé qué clase de festejos nos habrán preparado nuestros gobernantes, pero imagino que habrán los habituales conciertos y misas y premios y luego muchos y muchas en sus redes sociales colgarán sus banderas de Navarra –cada uno la suya, con unos chirimbolicos o con otros– y nos felicitaremos mutuamente y nos proclamaremos orgullosos de ser de aquí y la mejor tierra del mundo y de parte del extranjero y todo eso. Todo porque a la tripa en la que te formaste le dio por estar aquí y no 100 kilómetros más a la derecha o la izquierda o arriba o abajo, porque si no tu bandera sería la riojana o la vasca o la aragonesa o la de Zuberoa. O porque tu abuelo no se montó en un transatlántico que le dejó en Nueva York en 1927 y de ahí a Nevada a cuidar vacas, porque sino te llamarías Jeff Ford Nagore y serías menonita y de los Denver Nuggets. La cosa es que has nacido aquí y llevas atao a las tapas de las alcantarillas de Casa Sancena desde entonces y se supone que si no estás orgulloso y henchido de orgullo y de emoción por eso es que eres un mal navarro o un apátrida o cosas peores, así que has de mostrar cuando menos un poco de agradecimiento al destino por haber nacido en una de las zonas más favorecidas del hemisferio más favorecido y con una de las gastronomías más fecundas y sabrosas y un desarrollo económico muy notable y qué me dices de nuestros paisajes y de nuestra diversidad y de nuestro carácter honesto y todo eso de que con nuestra palabra basta y que además solo hemos tenido un expresidente en la cárcel, con lo que se ve y se oye por ahí. ¡Los mejores del mundo, caguensos! Bueno, ya me he tranquilizado, así que espero y deseo que pasen ustedes hoy y mañana dos buenos días y, si es sin banderas, les alabo el gusto.