Sé que estas líneas no servirán de nada. A lo más para aplacar mi propio desconsuelo. A veces uno escribe para eso. Pero hoy ni siquiera. Y sí, ayer allí hubo una alta concentración de indignidad en la calle. Y muchas palabras alzadas como banderas arrastradas por el fango. Cómo no hacerlo ante la desecación humanitaria en Gaza. Como no hacerlo cuando allí la gente respira como cuando uno acaba de ser alcanzado por un disparo perfecto.

Pero ayer sabíamos que hoy todo seguiría igual. Los mismos telediarios, las mismas imágenes teñidas de sangre y ceniza. Y el tremendo delirio de la agonía convertido en el postre de cada día.

Y así nos preguntamos qué tiene que pasar para que miles de niños dejen de ser asesinados porque Netanyahu piensa que no pasa nada por matarlos. Qué tiene que pasar para frenar este genocidio permitido de palabra, obra y omisión por medio mundo donde las pocas palabras en contra suenan como voces sin eco. Ingenuamente te preguntas también, quién puede dar la orden, tomar la decisión o echar esa firma que frene esta carnicería. Si habrá alguien con poder real para contener esta hemorragia moral a sabiendas que Israel esencialmente es una sucursal militar de Estados Unidos. Y te dices que ya nada puede ser peor. Porque Israel se ha arrogado licencia moral para matar y porque en esta guerra los mandatos bíblicos se toman al pie de la letra.

Esto viene a confirmar lo que Franco Berardi dice: que las relaciones sociales y geopolíticas actuales solo se pueden explicar en clave psicótica. Quizá. Pero no olvidemos que esta guerra, además de sangrienta, es económica. Y obedece a los preceptos capitalistas de acumulación y extracción de un territorio. El alto el fuego vendrá, no cuando la sangre derramada sea tanta que hasta los demonios lloren de tristeza, sino cuando en algún sitio las cuentas no cuadren. ¿De locos? Y más.