Lo de montar el nacimiento, el Belén, siempre resultó excitante porque era sinónimo de vacaciones y porque en la caja donde se guardaba la decoración, de año en año aumentaba la comunidad para la representación navideña con incorporaciones estrambóticas –por el tamaño–, aunque otras figuras se esfumaban –hay datos sobre un pato que no flotó en el Arga y glú glú– y algunas imágenes aparecían mutiladas y con el alambre del esqueleto a la vista, perdida la pata de un camello o el brazo del romano. Por si no fuera poco en el guirigay, además, había un empeño porque la escena debía contener un punto invernal y con nieve de mentira, harina por todos lados, pastorcillos rebozados. Así estábamos.

Y en estas fechas, las casualidades tejen una tela de araña que resulta difícil desenredar. Belén está en el centro de Cisjordania, a unos diez kilómetros al sur de Jerusalén. Desde diciembre de 1995, la ciudad se encuentra administrada por la Autoridad Palestina, que adoptó el nombre de Estado de Palestina en 2013. Esto aparece en la primera indagación. Buceando sólo un poco más, aparece en cualquier publicación que el gobierno de Israel, “que ocupa militarmente toda Palestina desde 1967”, ha rodeado Belén de murallas y pasos de control, “lo cual impide el libre tránsito de los habitantes y limita los intercambios comerciales”. Nada es nuevo, pero estos días quizás queme más porque dicen las crónicas que Belén es una ciudad fantasma.

Ha habido bronca fácil en algunos foros acerca de las imágenes de la simulación –recreación por ordenador o similar– del nacimiento de entonces en el Belén actual, entre bombas, muertos y fuego. El portal de la paz convertido en un infierno. Tampoco resulta muy difícil imaginar momentos y realizar una traslación situacional jugando con los tiempos y los contenidos –para algunos no vendrá a cuento y será una burda manipulación–. Pero qué casualidades en estas fechas tan entrañables, tan primorosas. Sería mejor no imaginar el mito y el rito en medio de la matanza de ahora.

Lo de la noche de paz allí suena a villancico imposible. Se merece por lo menos un recuerdo después de habernos creído la intocable felicidad de Belén.