No hay que ser muy perspicaces para descubrir que Osasuna es el invitado no deseado de la Supercopa. El pariente pobre, de clase baja, recién llegado del pueblo y sin desbastar, que no pinta nada en ese banquete aristocrático y del que solo se puede esperar que suelte alguna grosería o que no sepa usar bien los cubiertos.

Arabia Saudí y la RFEF quieren en su competición a los grandes de la Liga, a la crème de la crème, pero se les ha infiltrado un modesto. Y, de paso, medio millar de sus vocingleros aficionados. Todo muy desagradable. Con lo que habría lucido ahí, por ejemplo, el Sevilla heptacampeón de la Liga Europa. O, al menos, el Athletic, el Betis, el Valencia o la Real.

Pero, bueno, a ver si con el reparto tan desigual de dinero cae en la cuenta de que no es bien recibido, y el Barça lo manda hoy de vuelta para casa, y tenemos una final digna y vistosa, de fútbol champán, y no esa cosa patxaranera que practican esos bárbaros del norte.