Se acaba de celebrar el Día Mundial de la Justicia Social y casi nadie se ha enterado. No son buenos tiempos para el bien común, la igualdad de oportunidades, la solidaridad, la redistribución de la riqueza o la justicia social. La demagogia fiscal se expande en favor de los intereses de una minoría muy minoritaria que tiene como único final conformar una sociedad en la que se instale la desigualdad. Todas las demagogias son de fácil consumo. Tratan de engatusar precisamente a quienes serán los perjudicados. Ése es su campo de juego. En EEUU se celebra estos días una convención de la derecha trumpista cuyo saludo inicial fue poner fin a la democracia. Allí están Milei o Abascal entre otros dirigentes ultraderechistas de éxito. No está Ayuso esta vez, pero forma parte de ese selector grupo de personajes peligrosos. Fue ella la que sentó otra de sus absurdas cátedras al asegurar con rotundidad que la justicia social es un invento de la izquierda. Su camino académico ya sabemos que no fue brillante, y su conocimiento del mensaje evangélico de Jesús, parece que tampoco. Son los valores de la convivencia democrática más que la democracia misma lo que molesta y obstaculiza el objetivo global de remodelar el mundo con parámetros autoritarios, reaccionarios y neoliberales hacia un empobrecimiento generalizado de las personas al dictado de los intereses de los poderosos. Al final y al cabo, el sistema democrático puede ser tan manipulable y falseable como cualquier otro. Ahí está la matanza que está llevando a cabo Israel en Palestina bajo la protección internacional de EEUU y la UE por lucir el label de estado democrático. Su actuación en Gaza incumple todos los requisitos democráticos. Hay otros muchos ejemplos. No se puede renunciar a la verdad: la protección de los más débiles es un signo de fortaleza social, el abandono de quienes menos tienen y de los que más sufren es un signo transparente de un mundo peor. Las fortalezas de Navarra como comunidad y como proyecto político, su capacidad de desarrollo económico y de mantener un sistema de bienestar propio, se sostienen en un sistema de cohesión social fuerte que abarca la educación, la sanidad, la atención social y los cuidados. Defenderlo es una obligación, porque perderlo será la puerta al desastre. Hay que visualizar lo que está en juego en este tiempo incierto y volátil en el que los derechos humanos, la justicia social y los valores democrático son el objetivo prioritario de las corrientes ideológicas negacionistas que lo mismo rechazan los avances en igualdad y derechos de la mujer que señalan a las personas migrantes como el origen de todos los males. Posiciones que suman adeptos, triunfan en las urnas y ganan espacio, incluso estético, en sectores jóvenes. Un neoconservadurismo derechista, que mezcla fanatismo ideológico y religioso, machismo, racismo identitario y neoliberalismo económico bajo la apariencia de democracia, pero opuesto radicalmente al diseño de una sociedad asentada en la ética humanista y la justicia social. Una ola que crece bendecida por la globalización neoliberal. Menos derechos, menos protección social, menos riqueza colectiva, más desigualdades, más desregulación financiera y fiscal y por encima de todo, debilitar la democracia para que este capitalismo especulativo de hoy pueda campar a sus anchas.