Si en esta ciudad tuviéramos un parque de atracciones, Lucho, aunque fuera decimonónico, si tuviéramos aquí uno de esos parques de atracciones antiguos, destartalado y un poco gótico, yo intentaría hacerme amigo de la mujer serpiente, Lutxo, viejo amigo. Admito que siempre me han fascinado, por este orden, el mago, el equilibrista y el hombre bala. Ahora bien, ninguno de ellos tanto como me ha fascinado, desde mi más tierna infancia, la mujer serpiente.

La misteriosa mujer serpiente, capturada por hábiles aborígenes en la más remota región del Amazonas, Lutxo, lo tiene todo. Es la mujer y la serpiente a la vez, no sé si me explico. Y encima, es pitonisa: ve el futuro. O sea, la sabiduría total. Yo intentaría como fuera hacerme amigo de ella, Lutxo. Trataría de hacerme su amigo para que, en primer lugar, me explicara de manera sencilla la verdad de la vida. Y para que me dijera, en segundo lugar, qué diablos va a pasar ahora. Qué va a venir. O sea, qué va a ser lo siguiente, Lutxo. Después de lo de Putin y lo de Netanyahu. Porque se lo he preguntado al gran chat y solo me da largas. Pero algo va a pasar. O eso parece. Porque se está dejando ver que hay muchos nervios. La industria armamentística está que echa chispas. Y no sé si eso es bueno. Pero bueno, no obstante, Lutxo, viejo gnomo, la primavera ya está aquí.

Todavía falta un poco, de acuerdo, pero yo ya la huelo. Por eso tenemos el olfato. Así como el oído se adhiere al pasado y todo lo que te suena te resulta evocador, el olfato se adhiere al futuro (si tal cosa es posible, que lo es) y todo lo que te hueles es lo que presientes que se avecina. Y la mujer serpiente tiene un olfato primigenio. Los almendros, en cualquier caso, ya están en flor. Y eso es algo que yo les agradezco personalmente. El callado resplandor de los almendros me recuerda que aún estoy vivo, Lutxo. Cosa que yo valoro mucho, a día de hoy.