La política española transita, además de por los barros de la corrupción, por caminos inescrutables. Como los de el Señor. Nada es previsible y casi cada día la situación presenta una nueva bifurcación inesperada y la dirección cambia de destino. La inestabilidad y lo imprevisible forman parte de la agenda política. Unas horas antes de que el Congreso debatiera y aprobara la Ley de Amnistía, el president de la Generalitat, Pere Aragonés, anunció el adelanto de las elecciones catalanas para mayo, más o menos ocho meses antes de lo previsto.

La tranquilidad simplemente no llegó y persiste la sensación general de incertidumbre política que viaja acompañada de la sucesión de nuevos escándalos de corrupción, fraudes fiscales, enriquecimientos ilícitos, falsedades documentales y otros presuntos delitos alrededor de las tramas de venta de mascarillas en plena pandemia de los casos de Koldo García y del novio de Ayuso. Y siempre habrá más. Un sindiós constante al compás de las estrategias de polarización, confrontación, mentiras, intoxicación y manipulación que mandan hoy en la actividad política española. Aragonés tomó la decisión tras rechazarse los Presupuestos de este 2024 en Catalunya –ya le habían tirado la papelera los de 2023–, y dada la situación de minoría de ERC en el Parlament desde donde gobierna con solo 33 de los 130 escaños. El portazo de Los Comunes a los Presupuestos, sin que la vicepresidenta Yolanda Díaz hiciera nada por evitarlo, aceleró el fin de la Legislatura catalana.

El adelanto de los comicios en Catalunya conllevó la reacción inmediata del Gobierno de Sánchez y la vicepresidenta María Jesús Montero informó a los grupos que se suspendían las negociaciones ya avanzadas para pactar los Presupuestos del Estado de este 2024 y que la idea es trabajar en los de 2025. La inestabilidad es una marca desde la salida de este Gobierno de Sánchez que cuenta con una mayoría absoluta sustentada por siete formaciones políticas: PSOE, Sumar, Junts, ERC, PNV, EH Bildu y BNG y en la que la suma de todos los votos es imprescindible casi en cada votación. No creo que los comicios catalanes –aunque supondrán una subida de la tensión entre Junts y ERC en su pugna por el espacio socioelectoral catalanista–, ni la falta de unos nuevos Presupuestos vayan a añadir más inestabilidad a la ya reinante en Madrid.

Otra cosa es cómo pueda afectar a Sánchez y al PSOE, y por derivación entonces al Gobierno, el resultado de las urnas en Catalunya, donde los socialistas aspiran a gobernar la Generalitat con el ex ministro Illa. Un año en el que se encadenarán cuatro citas con las urnas en apenas seis meses: ya pasaron en Galicia, llega abril con los comicios en la CAV, mayo con elecciones catalanas y junio con Europa con la ultraderecha al alza en toda la UE. Es decir, tres de las comunidades y nacionalidades de ese Estado plurinacional que sustenta la actual mayoría democrática en el Congreso habrán votado para junio. Esos resultados clarificarán el panorama político del Estado y la viabilidad futura del Gobierno de Sánchez. Quizá me equivoque, pero creo que, pese a los evidentes vaivenes y signos de inconsistencia del Gobierno desde el primer minuto, a ninguno de los partidos responsables de mantener el actual Ejecutivo les interesa forzar su caída. Al menos a día de hoy.