Una mañana te levantas y lees el balance que hace el ayuntamiento de las recientes fiestas de San Fermín, te levantas la siguiente mañana y ya tienes los 10 carteles elegidos para poder votar cuál va a ser el que gane en el concurso del cartel que cada año anuncia la fiesta.

La ciudad tiene sus ritos y puntos de inflexión que se van sucediendo unos a otros y eso conduce a que prácticamente no te enteres del calendario y ya tienes aquí la opción de poner a parir los carteles. Porque esa es la gracia de que se puedan elegir, más que ensalzar al o a los que te parezcan buenos: poner a parir unos cuantos y eso lo hago yo con mi Photoshop y mi Pablo con las Plastidecor o años y años de concurso y siempre se ven las mismas mierdas o joder cómo se parece ese al número 4 del año anterior.

Es un clásico ya de la vida pamplonesa, como la Tómbola, el vallado, la llegada de los toros, la escalera, las peñas o decenas de cosas más que conforman el universo sanferminero y que convierten a esta ciudad en lo que es y no en una ciudad random. El otro día me contó Luka que al parecer random se ha puesto de moda entre los chavales para designar algo que es muy habitual o típico o así sin mayores virtudes y la verdad que aquí esto lo salvamos con los sanfermines, que de random tienen bien poco, aunque estaremos de acuerdo que se han ido convirtiendo en un pedal al aire libre durante nueve días seguidos y toros por aquí toros por allá, con el riesgo de ir perdiendo capacidad de atracción y sorpresa, un poco como pasa a los bares, que se están acabando pareciendo todos mucho unos a otros.

El caso es que los carteles ya están, que se pueden votar creo que hasta el 6 y que media ciudad ya es experta en diseño gráfico, que es lo que nos toca y a mucha honra. Este era un buen año para haber metido las barracas en una Plaza de la Libertad sin Caídos pero nadie se ha animado. A ver en 2025.