La central nuclear de Zaporiyia tomada por el ejército ruso tiene 6 reactores de 950 Mw de potencia cada uno. Si se produjese un sobrecalentamiento de los reactores, se produciría una explosión no atómica, sino del hidrógeno acumulado en los reactores. La radiación saldría al exterior y quedaría un gran territorio contaminado de residuos radiactivos e inhabitable durante milenios. Las explosiones de bombas atómicas matan pero no dejan el territorio inhabitable, pues los isótopos radiactivos expelidos por la explosión son muy escasos, comparados con los que se producen en un reactor nuclear. Lo que mata de las explosiones de bombas nucleares es la onda térmica más que la radiactividad. En el mundo se han producido entre 2.339 y 2.085 explosiones de bombas nucleares de prueba. Y ahora se puede vivir en esos lugares; en cambio en Chernóbil, no. En 1961, en pleno auge de la carrera armamentística, la bomba Zar, considerada como la madre de todas las bombas, fue de hidrógeno, despidió su explosión, de prueba, la abrumadora energía de 50.000 kilotones, o 50 megatones. Fue explotada en el archipiélago ártico de Novaya Zemlya, y destruyó todas las edificaciones en un radio de 55 kilómetros, pero ahora aquello no es inhabitable.