Me parecería decepcionante simplificar los problemas de la Atención Primaria con anécdotas tan indigestas como la del doctor ternera o la resolución de la falta de médicos con un aumento de sueldo. Tan solo son la punta del iceberg de la ineficiencia con la que los responsables sanitarios nos enredan en trabajos en red, exhibiéndose desde la nube, en conexiones webex y artificios de inteligencia. ¿Acaso ningún director/a de centro, subdirector/a, gerente o consejera sabía nada de un doctor repentinamente tan popular?

Un ejemplo de cómo están las tripas de la Atención Primaria. Si una treintañera sin antecedentes urológicos necesita ser atendida por dolor al orinar, debe llamar por teléfono desde su trabajo, esperar que le contesten, conducir e intentar aparcar en su centro de salud, esperar que le atienda la enfermera y le dé un botecito para recoger orina en la que introducirá una tira reactiva que indefectiblemente (dados los síntomas y la paciente) ¡oh maravilla! dará positivo; añadamos a esto un tiempo suplementario para que un médico/a desbordado encuentre los minutos necesarios para leerse lo sucedido y recetar en su historial la fosfomicina. Cuatro horas para lo que las guías de buena práctica (Fisterra, Uptodate…) recomiendan solucionar por teléfono. Un ejemplo más (novelizado, espero que lo entiendan los integristas) a partir del que iniciar un análisis.

Por supuesto, uno puede ignorar esas recomendaciones en su consulta privada, yo me lo guiso y yo me lo como (aunque tampoco entiendo la inquina del pensamiento políticamente correcto contra las posibilidades laxantes de la sanidad privada, en esta sociedad consumista hasta el estreñimiento). Lo que cuenta y deberíamos exigir es que en los centros públicos se sigan las recomendaciones; para eso están los directores. Porque en los centros de salud a enfermeros/as y a médicos/as no se nos contrata para lucir nuestra erudición, actuar nuestros conflictos o alimentar narcisismos creando dependencia de una clientela fiel con la que asegurarnos mañanas tranquilas.

Cada vez que hablo con un compañero/a se me cae la mente a los metatarsos, el panorama es desolador. Gente al borde del colapso que ha tirado la toalla y malvive frente a pantallas de ordenador donde al usuario que menos, se le atribuyen cincuenta diagnósticos, por supuesto la mayoría ya pretéritos, redundantes o incongruentes. Se me ocurre que si de repente aterrizara en las Bardenas un extraterrestre y tuviera que opinar sobre la salud de la población, basándose en las historias clínicas, pensaría que ha estallado una guerra bacteriológica. Así no se puede trabajar.

Habrá quien intente explicar este colapso con argumentos psicológicos (¿con psicólogos en los centros?) como la disociación cognitiva, eso de que de tanto tratar y hablar de enfermos uno termina viéndolos por todas partes. Pero a mí las explicaciones psicológicas cada vez me interesan menos y prefiero indagar motivaciones. Supongo que alguien que receta ternera para todo no necesita leer mucho, y quien contribuye a colapsar el sistema se beneficia de que la gente se vaya a urgencias.

Este es el resultado de muchos años de inoperancia (cada cual que ponga la cifra según su tendencia política), irresoluble con horas extra e inteligencia artificial.

El autor es médico de familia